El Padre reflexiona sobre la celebración de la Exaltación de la Santa Cruz, destacando su relevancia y actualidad. Comienza señalando que Jesús se refiere al demonio como el "príncipe de este mundo", lo cual debe tomarse en serio. Advierte que queda poca luz en el mundo y que debemos aprovecharla antes de que lleguen las tinieblas. El Padre observa un "ocultamiento" de Jesucristo en el mundo actual, donde se le ignora completamente. Critica un cristianismo sin Cristo, centrado en el ser humano. Destaca la paradoja de la cruz como salvación y escándalo simultáneamente, lamentando que la predicación actual evite hablar de la cruz para no ofender al hombre moderno. Enfatiza que el cristianismo es una doctrina radical que no admite medias tintas. Citando a San Pablo, afirma que para predicar a Cristo crucificado, uno debe estar crucificado con Él. El Padre sostiene que solo el amor verdadero puede atraer y convencer, y que la cruz seduce porque demuestra el mayor acto de amor posible. Concluye instando a amar más la Cruz de Cristo y a aceptar el sufrimiento como participación en la muerte de Cristo, recordando que es el camino hacia la resurrección y la gloria.