El Padre analiza el Evangelio que relata la curación de diez leprosos por Jesús, de los cuales solo uno, un samaritano, regresa para agradecerle. Esto sirve como punto de partida para reflexionar sobre la ingratitud humana frente al amor divino. El predicador profundiza en el concepto del amor como reciprocidad y respuesta, contrastándolo con la actitud desagradecida. Explica que el verdadero amor busca igualar a los amantes y se manifiesta como una "contienda" por dar más al otro. Se enfatiza el inmenso amor de Dios hacia la humanidad, demostrado en la creación, la redención y el ofrecimiento de amistad íntima. Ante esto, la ingratitud humana resulta particularmente lamentable y perversa. El sermón explora también el simbolismo positivo de la noche y la cena en las Escrituras, como momentos propicios para la intimidad con Dios. Se citan pasajes bíblicos y poéticos que ilustran esta idea. Finalmente, se reconoce que vivimos en un mundo que rechaza a Dios, pero se exhorta a confiar en las promesas divinas de presencia constante y reunión eterna, a pesar de las dificultades y oscuridades de la fe.