La fiesta del Pilar se celebraba antiguamente con grandioso esplendor. Se celebraba la fiesta de la Virgen de esta vocación, el Pilar, y se celebraba también la fiesta de la Hispanidad, porque en una fecha como esta tuvo lugar el descubrimiento de América. Gran fiesta la fiesta de la Virgen de la Vocación, la de la Hispanidad cuando existía la Hispanidad, cuando se recordaba con nostalgia y con alegría los gloriosos tiempos que para España ya pasaron.

Ahora ya no existe la Hispanidad, y ahora ya no existe España, ya no existe la patria, ya no existe nada, por lo tanto no tiene ningún sentido celebrar la Hispanidad. En aquellos años, en aquellos tiempos, el descubrimiento de América era considerado por el mundo entero como algo glorioso y todos los países del mundo miraban a España con cierta, con bastante envidia, porque España es la que había llevado a cabo este descubrimiento que cambió el curso de la historia del siglo XV, precisamente cuando España se consolida definitivamente como nación, como nación imperial. En los dominios de España no se ponía el sol. Y eso no era una frase, sino que era verdad.

Hoy día España está en el punto más bajo de su descenso histórico, de su degradación histórica. Como os he dicho antes, ya no existe la Hispanidad, ya no existe el concepto de patria, se evita con cuidado hablar incluso... Utilizar el nombre de España parece que a todos les da vergüenza. Somos el hazme reír y el ludibrio del mundo. Somos considerados como un país tercermundista e incluso, según las encuestas publicadas en los institutos de opinión americano, el peor país del mundo en el que se juntan las peores condiciones económicas, sociales y políticas globalmente consideradas, es precisamente España. Desastre total.

Pero en fin, precisamente eso a vosotros, los jóvenes, os debe de animar. Porque si nos encontramos en este periodo de crisis tan terrible, es precisamente esta la ocasión y el momento en el que surjan hombres valientes y aguerridos como aquellos hombres que en el siglo de oro, aquí a finales del siglo XV, siglo XVI, llevaron a cabo la gran obra del descubrimiento, obra increíble, y la gran obra de la conquista de América y la evangelización de América.

Dicen que los hombres grandes en un país solamente surgen en las épocas de esplendor. Y en efecto, así vemos como en nuestro siglo de oro aparecen los grandes conquistadores, los grandes políticos, los grandes gobernantes, los grandes escritores, los grandes santos, los grandes místicos, los grandes poetas, no quiero citar los nombres, todos sabéis, que si Carlos I, que si Felipe II, que si Santa Teresa de Jesús, que si San Juan de la Cruz, que si Cervantes, que si etcétera, etcétera, los grandes conquistadores, el gran Cortés, Francisco Pizarro, España era un país envidiado por el mundo entero, era un país glorioso en todos los sentidos. Pero yo pienso que eso es verdad hasta cierto punto

Quizá habría que forzar un poco la historia o el sentido de la historia, porque si es en las épocas del esplendor donde surgen los grandes hombres, yo creo que es en los momentos de crisis donde más hace falta que surjan esos grandes hombres. Y en efecto, así nos muestra también la historia de la Iglesia. Hemos visto como en los momentos de mayor crisis de la Iglesia, en que la Iglesia se ha visto más postergada, más hundida, más materializada y menos cristianizada, han sido precisamente aquellos momentos en los que Dios ha suscitado los santos más grandes también de la Iglesia, de la historia. Por ejemplo, en aquellas épocas oscuras y de crisis de la Alta y de la Media, surge nada menos que un San Francisco de Asís, que un Santo Domingo de Guzmán, que un Santo Tomás de Aquino, etc.

Pues bien, ahora nos encontramos en uno de esos momentos de arsis, de tesis, de descenso. Momento en el que hay que pedirle a Dios y a la Virgen, a nuestra Madre, con grande ilusión, que suscite esos santos, esos hombres extraordinarios, lumbreras de luz y lumbreras de calor, que iluminen a la Iglesia de hoy, que la levanten de su estado de postración y que iluminen y levanten también, levantando la Iglesia, levanten al mundo. Esos hombres tenéis que ser vosotros, sin duda ninguna. Bueno, lo seréis o no lo seréis, todo depende de vosotros.

Pero lo que sí está claro es que tal es la voluntad de Dios, porque ¿para qué os ha traído Dios aquí? ¿Para qué os ha escogido a vosotros? Si vosotros no vais a ser esos hombres, no sé quién lo va a ser. Está clarísima y evidente, y bien patente la voluntad de Dios que quiere que seáis vosotros. Que luego lo seáis o no lo seáis ya dependerá de vosotros porque ya sabéis la manía que tiene Dios de trabajar siempre en equipo. Que no le gusta nunca hacer las cosas solo, le gusta contar con nuestra colaboración, con nuestra aquiescencia, con nuestro consentimiento. Si queremos, las cosas se harán y si no queremos, las cosas no se harán. Él no dejará de poner su parte, pero todo está en que nosotros pongamos la nuestra o no la pongamos.

La fiesta de la Virgen del Pilar, fiesta de la Virgen, que como os digo antes se celebraba también con grandísima devoción, es una fiesta en España multisecular, como acabamos de leer en la oración de la colecta de la misa. Cuenta la tradición que en los primeros años del cristianismo, cuando los apóstoles se esparcieron por todo el mundo para llevar a cabo el cumplimiento de la consigna del Señor, y por todo el mundo enseñando a la gente lo que yo os he enseñado a vosotros, el apóstol Santiago vino hasta los confines de lo que entonces era el mundo conocido, o sea, hasta España. El cabo de Finisterre significa Finisterre, o sea, fin de la tierra, porque se consideraba que ahí acababa el mundo. Después venía ya el inmenso y desconocido mar, en el cual, y más allá del cual, nadie sabía lo que podía haber.

Fin de la Tierra, el caos Finisterre. Y la Torre de Hércules, allá en La Coruña, que yo veo algunas veces cuando voy o cuando regreso en avión de los Estados Unidos de América. El fin de la Tierra. Pues Santiago llegó hasta el fin de la tierra hasta España, por eso Santiago es el patrón de España.

Y dice la historia, o la leyenda, que le resultó al apóstol muy difícil evangelizar a los pueblos de España, que se encontró con unos pueblos que habitaban estas tierras, con gente de muy dura mollera, nuestros ancestros. Algo nos tenía que quedar a nosotros. Ya veis que la cosa viene de lejos. Ya Santiago comprobó que esta gente no era nada, nada fácil ni sencilla. Para que Santiago se descorazonara, que ya es decir, todo un apóstol, y Santiago además, el hijo del trueno, Santiago y San Juan, los hijos del trueno, pues con todo su ser el hijo del trueno, Santiago, dice la tradición, que se encontraba muy desanimado.

Y entonces, a todo esto, en vida de la Virgen María, la Virgen María aún no había muerto, ni había ascendido a los cielos. Estando Santiago orando en cierta madrugada, junto al río Ebro, yo me acuerdo que fue precisamente a las luces del alba, a las luces del amanecer, cuando yo vi por primera vez en mi vida el río Ebro. Iba yo viajando en tren desde Madrid a Barcelona, y al pasar por las cercanías de Zaragoza, pues tuve ocasión de cruzar el río Ebro. Eran las primeras luces del alba, se veía el río ahí en su magnitud y su tranquilidad, las aguas tranquilas discurriendo que parecía que estaban quietas.

Yo sentí una cierta emoción, pensaba en una hora como esta, algún día así, siglos atrás, el apóstol Santiago, orando junto al río Ebro, pues tuvo la maravillosa visión de la aparición de la Virgen María. Dicen que la Virgen María se le apareció al apóstol encima de un pilar, o sea, de una columna. Pilar significa columna. Cuando yo era niño, y voy a hablar de la fiesta del Pilar, yo siempre asociaba la palabra pilar con todas las chicas que yo conocía que se llamaban Pilar. Hasta que me di cuenta que había una fuente en mi pueblo que se llamaba la Fuente del Pilar. Y me di cuenta también que el pilar es una columna de mármol.

Encima de esa columna, dice la tradición, que se le apareció la Virgen a Santiago. Y le dijo que no se desanimara, que evangelizara estas tierras y sus habitantes, que en efecto eran de dura mollera, pero que a través de los siglos, pasando mil vicisitudes, mil persecuciones y mil altibajos, en esta tierra la fe perduraría hasta el final de los tiempos. Necesitamos la promesa de la Virgen María y que esta historia sea auténticamente historia para creerlo así, porque en tiempos como los nuestros es tan difícil. A veces uno también siente la tentación de descorazonarse y de pensar que la fe va a desaparecer de nuestra tierra, pero no es así. Parece que la Virgen le dijo a Santiago que no iba a ser así. Desde entonces allí quedó el Pilar.

La Virgen también le dijo al apóstol que edificara en su honor un templo. Hoy día tenemos la Basílica del Pilar, templo ahí a las orillas del río Ebro. El pilar se conserva, o sea la columna. Yo no la he visto. He visto muchas fotografías de la columna porque yo no he estado nunca en Zaragoza más que de paso. Nunca he recorrido la ciudad y no he tenido ocasión de ir a la Basílica.

Dicen, yo lo he visto en fotografías y me lo ha contado mucha gente que ha estado allí, que el pilar tiene un hueco oval muy grande por su parte superior, formado por los millones y millones de personas que han sido asesinadas, millones de besos que a lo largo de los siglos la gente ha depositado ahí, en esa piedra, en cuya cima, en cuya parte superior, la Virgen María, todavía en carne mortal, pues puso sus pies, ahí animando al apóstol Santiago.

Sea lo que fuere, el caso es que, como os he dicho antes, desde larguísimos siglos, nuestro pueblo le ha tenido siempre devoción a la Virgen en esta vocación de la Virgen del Pilar y lo hemos considerado como una fiesta muy española. Quizá no fue una casualidad, para Dios no existen nunca las casualidades, de que la hispanidad, el nuevo mundo, América, ese inmenso continente en el que se habla español mucho más que aquí porque hay muchísima más gente, pues fuera una América española tanto la del sur como la del norte, prácticamente, casi toda ella o gran parte de ella.

Por eso yo os sugeriría, hijos míos, que le tengáis un gran cariño y una gran devoción a la Virgen María en esta vocación tan simpática de la Virgen del Pilar. Durante nuestra guerra civil, en la que vosotros aún no habéis nacido, ni siquiera los mayores, yo la recuerdo perfectamente, porque cuando empezó la guerra civil yo tenía cuatro añitos de edad, cuatro años, y la recuerdo perfectamente por aquellas escenas impresionantes que yo tuve ocasión de presenciar, algunas de ellas, por ejemplo, algún bombardeo en mi pueblo, saqueos de iglesias, incendios, paseos, etcétera, asesinatos. Yo recuerdo perfectamente aquellos años tan procelosos, tan difíciles.

Durante la Guerra Civil, como es natural, Zaragoza, habiendo quedado en la parte nacional, que así se llamaba, en la parte franquista, en la parte que se oponía a la desolación de la República y a la desolación y destrucción de España y de la fe religiosa de España, Zaragoza quedó en la parte franquista. Entonces las tropas de la República bombardearon Zaragoza y bombardearon como natural la Basílica del Pilar. Cayeron tres bombas dentro de la Basílica, las cuales por especial protección de la Virgen María no explotaron. Y allí quedaron las bombas, allí quedaron. Acabada la guerra, pues le quitaron las espoletas y colocaron una verja alrededor de las bombas para que quedara aquello como recuerdo. Allí estuvieron las bombas durante muchísimos años, después de la guerra. Yo no sé después en lo que habrá quedado eso.

me imagino, no lo sé, que con los tantos cambios por los que hemos pasado, aquellas bombas, que al fin y al cabo son un recuerdo de la protección de la Virgen María, a la Basílica y a la Buena Causa, pues habrán sido quitadas. Pero es así, como lo digo, es un hecho histórico.

Yo, por eso, en aquellos años, cuando yo era jovencito, hijos míos, y en los que me tuve que marchar a América, porque así lo quiso Dios y así me lo mandó mi obispo, cuando lo nuestro, nuestra sociedad, nuestra asociación, estaba naciendo, y cuando vuestros hermanos, que ahora son mayores, eran entonces unos niños, por ejemplo, don José Lorente, don Manuel Lorente, que entonces eran unos críos, don Manuel todavía de pantaloncito corto. Y don José, pues recién puesto el pantaloncito largo, y en fin, y otros más.

Entonces, estando en el nuestro recién nacido, y estando pasando nosotros grandes calamidades, ahí está la señora Carmen, que os podría contar tantas cosas, pues al obispo se le ocurrió que yo me marchara a América. Por lo que cuento esto, porque hoy estamos también en la fiesta de América, en la fiesta de la Hispanidad. Yo me acuerdo que me embarqué en Barcelona en un barco carguero, un barco borreguero, mal acondicionado para pasajeros, deprisa y corriendo.

Allí en el fondo de una bodega, sin ojo de buey ni nada que se le pareciera, ni siquiera ojo de vaca, ni ninguna clase de ojo, allí me metieron. Íbamos en una especie de camarote, era un agujero de la bodega. Allí pusieron seis literas de mala manera, y ahí nos metimos seis señores. Iba un padre marista que llevaba una caja de botellas de coñac, según él para sus hermanos de congregación de América, pero él cada día se bebía una. Le preguntamos sobre las botellas y dijo: "Mis hermanos se alegrarán más cuando yo les cuente lo feliz que he sido".

Iba un señor también conmigo en una de las literas de abajo que recuerdo que cuando llegamos a Barranquilla se compró 5 o 6 cocodrilos y los puso debajo de la litera. Yo quedaba dormido en la litera de arriba y cuando subía, bueno, los cocodrilos estaban disecados, no estaban vivos. Si hubieran estado vivos, aún me hubiera dado más miedo. Cuando me subía a la litera de arriba tenía que poner los pies encima de los cocodrilos. Eran cocodrilos auténticos y yo me subía a mi litera donde pasábamos un calor espantoso, donde yo tenía que quitarme incluso la chaquetilla del pijama jamás, porque el calor y el sudor era terriblemente espantoso.

En cuanto al barco, pasamos el estrecho de Gibraltar y empezamos a bajar por el Atlántico hacia abajo, que era por estas fechas. Yo salí de Barcelona, me parece que fue el 3 o el 4 de octubre. A los tres días llegamos a Canarias.

En Canarias estuvimos unas horas y después salimos hacia América. Tuvimos una travesía fatal. Por cierto, yo recuerdo... Bueno, fatal. La travesía fue buena, aunque todos los atletas se marearon. Yo no me llegué a marear, Dios me protegió. Pero iba a ser duro. Yo salí de Murcia, Carmen lo recuerda. No sé si salí de Murcia con 25 o 30 pesetas o 50 pesetas en el bolsillo, no sé si llevaba más. Me encontré a un pobrecito en la misma estación y salí de Murcia sin un solo céntimo. Carmen está ahí, que lo sabe muy bien. Sin un céntimo llegué a Barcelona, y de Barcelona 20 días hasta Guayaquil, la patria de Alberto, de Miguel, etc.

20 días de viaje, de travesía, sin un céntimo. Pasando en el viaje un calor terrible, ya no sabía qué hacer. No pude tomar durante el viaje ni una Coca-Cola, ni nada, solo el agua que me ponían en la comida o el agua que bebía yo en los grifos del barco, de aquel barco carguero y borrero. Llegamos a Guayaquil a los veinte días, menudo viaje. Allí nos desembarcaron en Puná, en la desembocadura del río Guayas, un río cuyo extremo, cuya otra orilla, era tan ancha que te colocas de una orilla y la otra casi no la ves. Allí nos recogió una barcaza y río arriba, río arriba, en un viaje que duró dos o tres horas, nos llevó hasta Guayaquil.

Y ahí en Guayaquil comenzó mi aventura americana, una aventura en la que yo durante cinco años sufrí un poquillo, pero en la que no podía imaginarme cómo iba a terminar. Porque fíjate, ya tenemos nosotros, hijos míos, tenemos allí 12 sacerdotes o 10 o 12 sacerdotes en América, trabajando y con un gran colegio, y unas maravillosas perspectivas de apostolado y de conquistar el mundo entero. Se debe a esto, a que yo empecé allí mi aventura americana hace tantos años, sufriendo terriblemente, pasando cuitas y aventuras sin cuento, sin par, que para qué os voy a decir.

Aquel era un mundo nuevo para mí. Entonces América estaba muy lejos de España. No es como ahora, ahora coges el avión, te pones allá en unas pocas horas, el teléfono, las comunicaciones. Entonces no había nada de eso. Entonces hablar por teléfono con América lo hacían los jefes de gobierno o los grandes industriales hipotenizados, y cuándo y cuándo. Las cartas no había modo de mandarlas como no fueran por barco, y tardaban como mínimo un mes, más luego la contestación, otro mes de regreso. Cuando llegaba la contestación del problema, el problema había dejado de existir. Era un mundo completamente nuevo. Yo recuerdo que mi primera comida en Guayaquil, cuando desembarcamos de la barcaza, me acuerdo que empezaron por el postre. Lo primero que nos pusieron fue el postre, y en concreto un trozo de piña americana. Yo no había visto nunca la piña americana. Vosotros no habéis comido nunca piña americana, porque la piña americana que coméis es española, esa no es americana, es criada aquí.

Pero entonces aquí no se conocía la piña americana, no se criaba aquí la piña americana. Yo nada más que la conocía por los dibujos y las pinturas, y allí la veía por primera vez. Empezamos la comida sirviéndonos el postre, un trozo de piña americana; el guiso fue al final. Todo al revés, todo distinto.

Los mosquitos, las mosquiteras, las calles de Guayaquil, los transportes urbanos... Le llamo transportes urbanos por eufemismo, porque ahora al cabo de 30 años todavía no se les podría llamar transportes urbanos. Imaginaos lo que serían esos transportes urbanos hace 30 años, cuando Carlos no había nacido, cuando Alberto uno pensaba en nacer, ni en ir al cerro a comer, ni en nada se nos ha entrado. Pues imaginad lo que sería Guayaquil.

Los basureros, eso sí, los basureros de Guayaquil eran los basureros alados. Todos eran con alas, los buitres, los buitres carroñeros, que eran los únicos basureros que por aquella época se conocían en Guayaquil. La gente dejaba la bolsa sobre las calles, cada uno a su puerta, y los carroñeros se encargaban de comérsela poco a poco. Mientras se la comían o no se la comían, y con el calor de Guayaquil, la lluvia de Guayaquil, que yo un día sí, otro también, y hace calor un día sí, y otro más, yo me hacía muchísima gracia cuando veía en el periódico: "¡Hola frío de Guayaquil! ¡Ayer solamente 32 grados!" Hola frío Guayaquil, 32 grados. Solamente hubo ayer 32 grados y una ola de frío. ¿Saben esta gente lo que es el frío?

Bueno, cuando yo subí, estuvimos dos o tres días en Guayaquil y luego atravesamos el Guayas con una enorme barcaza, una gabarra. Entonces no existía el puente sobre el río Guayas, era un puente que han construido después, no hace tantos años, que tiene, no me acuerdo, Alberto y Carlos lo recordarán mejor que yo, no sé si tiene unos 2 kilómetros de largo o 3 kilómetros. Yo no lo sé, si exagero ellos lo sabrán, es un puente larguísimo, pues todo lo que tiene el Río Guayas es de ancho, fijaos. Pero entonces no existía tal puente y la única manera de pasarlo eran las gabarras, unas barcazas enormes donde se subían los buses, llamándole buses. Los buses tenían el techo así, el tuyo no tenía más, tienes que meterte en coro y luego continuar encorvado, incluso sentado tenías que encorvarte. Luego compartí el viaje con las vacas, con los indios. Yo me acuerdo cuando empezamos a subir a la sierra; Guayaquil está como puerto de mar, está en una inmensa llanura, pero enseguida, a las dos horas de viaje, una serie de carro, comienzan los Andes y comienzan de pronto.

Llanura y de pronto cuesta arriba, todo empinado, todo, todo, todo, y dando vueltas, vueltas, vueltas, montaña, montaña, montaña, montaña arriba, montaña arriba. Sí, horas y horas, y yo recuerdo cuando yo vi mi primer indio dar una curva ya en plenos Andes. Me veo un indio con sus trenzas, unas trenzas larguísimas con un machete así, y yo lo miraba y me decía: "No, no, tranquilo, Padrecito, es pacífico, son pacíficos". Entonces el machete lo utilizan para limpiarse las uñas.

Hasta que llegamos a Cuenca, a cinco o seis horas de carro de Guayaquil, montaña arriba ya en pleno Andes, a unos... Cuenca no está muy alta, Cuenca está a unos 2500 metros o cosas así. Mi parroquia, que yo tuve después en Tambo, que está mucho más alta, estaba a cerca, alrededor de 3.000 metros, hacía frío todo el año, y eso que estábamos en el Ecuador por la altura.

Pero en fin, como os decía, os digo todo esto, hijos míos, para que, como jóvenes que sois, soñéis en grandes aventuras y que ese mundo que me esperaba a mí hace más de 30 años es el mismo, pero ahora más aventurero y más aventurado, que os espera a vosotros. Digo más aventurado porque es más difícil, lo cual hace vuestra aventura más emocionante.

Yo cuando miro hacia atrás y echo un vistazo a mi vida, veo que en muchos aspectos me he quedado muy cortito y he sido muy malo y no he llenado los planes que el Señor tenía con respecto a mí. Pero me consuela el pensar y eso me da mucha alegría, que vosotros sí que vais a llevar a cabo esos planes... unos planes maravillosos. Ahora, por ejemplo, tenemos ya allí en América... en marcha nuestro colegio, nuestro gran colegio... que con el tiempo será el mejor colegio de América, en el que yo sueño con que vayáis vosotros también a formaros ahí, sobre todo los más jovencitos.

Que vayáis ahí a formaros, a aprender el inglés y a recibir una formación altísimamente cualificada. Todo nuestro colegio es y va a ser terriblemente exigente. No va a ser un colegio ni para gandules ni para tontos. Si alguno es gandul pero es listo, no vale. Ese no vale, porque es gandul. Si alguno es trabajador pero es tonto, tampoco vale, porque es tonto. Ha de reunir las dos condiciones, trabajador y listo. Por lo tanto, solamente para primeras figuras. Si alguno de vosotros creéis que estáis en el posible elenco, entonces sois posibles candidatos para nuestro colegio. Si no, no.

Ahí os formaréis, os formaréis humanamente, espiritualmente, ahí aprenderéis a ser lumbreras, a tener una cabeza muy inteligente, muy bien formada, llena de ciencia y un corazón lleno de fuego y de amor al Señor. Porque, ¿de qué serviría tener una cabeza bien formada, llena de ciencias, si el corazón no está enamorado del Señor? Lo que el mundo espera de vosotros es luz y es fuego. Yo diría que más fuego que luz.

y ambas cosas, porque ambas cosas son necesarias. Vosotros sois la luz del mundo y la sal de la tierra. La sal, o sea lo picante, lo grandioso, lo gracioso, lo dinámico, lo punzante, lo esplendoroso, y la luz. Así decía el Señor y eso es lo que el Señor espera de vosotros: la santidad en estas épocas oscuras de crisis y de postración en las que la Iglesia y el mundo, y conmigo, están viviendo.

Y como hoy es la fiesta de nuestra madre, la Virgen del Pilar, fiesta de la hispanidad, una virgen que siempre ha mirado hacia América, por eso el descubrimiento tuvo lugar hoy, pues se lo vamos a pedir, se lo vamos a pedir porque, diciéndole eso a la virgencita, que os conceda...

Father Alfonso Gálvez