El Padre analiza el pasaje del Evangelio de Lucas sobre la resurrección del hijo de la viuda de Naín. Destaca cómo Jesús se enfrenta al dolor humano y a la muerte, mostrando su compasión y poder sobre ella. El sermón explica que la muerte, aunque consecuencia del pecado, se transforma para los seguidores de Cristo en el paso a la vida eterna. Jesús, como Señor de la vida y la muerte, tiene autoridad sobre ella. Su propia muerte en la cruz fue la máxima expresión de amor y victoria sobre el mal. Para los cristianos, la muerte ya no es una tragedia sino la culminación de la existencia terrenal y el inicio de la verdadera vida con Cristo. El bautismo nos une a la muerte de Jesús para participar también de su resurrección. El Padre concluye que no hay motivo para temer o llorar ante la muerte, pues es la puerta de entrada a la unión definitiva con Dios. El amor de Cristo, que es eterno e infinito, vence a la muerte y nos ofrece la vida eterna.