El Padre analiza la lectura del Evangelio de San Lucas, destacando dos partes aparentemente distintas pero que convergen en el mismo mensaje: el amor de Dios. En la primera parte, Jesús cura a un hidrópico en sábado, desafiando la interpretación rígida de la ley de los fariseos. El Padre explica que Jesús no estaba incumpliendo la ley, sino cumpliéndola en su esencia más profunda: el amor a Dios y al prójimo. El predicador critica la tendencia actual en el catolicismo de desvincularse del amor personal a Jesucristo, enfocándose en conceptos abstractos como la solidaridad o el diálogo, sin referencia a Dios. Advierte que esto lleva a una religión vacía y sin sentido. En la segunda parte, el Padre reflexiona sobre la enseñanza de Jesús sobre la humildad, destacando cómo los valores del Evangelio son opuestos a los del mundo. Explica que la verdadera grandeza está en ser el último y servir a los demás, imitando así a Cristo. Concluye que ambas partes de la lectura están unidas por el amor como fundamento de toda virtud y acción. Enfatiza que el Evangelio es un todo inseparable centrado en el amor de Dios, y lamenta que el catolicismo moderno haya olvidado este aspecto esencial al descuidar la persona de Jesucristo.