El Padre analiza un fragmento del sermón de la última cena de Jesús, centrándose en la frase "Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa". Explica que la verdadera alegría cristiana es poco conocida y a menudo se confunde con satisfacciones efímeras. Esta alegría perfecta solo puede provenir del Espíritu Santo y es consecuencia del amor verdadero a Dios. El Padre enfatiza que la alegría completa no se logra mediante la obtención de bienes materiales o el cumplimiento de peticiones, sino a través del amor a Jesucristo. Compara esta alegría con el enamoramiento, describiéndola como un estado de éxtasis permanente. Para ilustrar este concepto, relata la historia de San Francisco y Fray León, donde se explica que la perfecta alegría consiste en sufrir adversidades por amor a Cristo. El Padre concluye instando a pedir la abundancia del Espíritu Santo en nuestras vidas para experimentar esta alegría perfecta, que a su vez atraerá a otros hacia Cristo.