El Padre reflexiona sobre un episodio del Evangelio en el que Jesús expulsa a los mercaderes del templo. Explica que esta acción, aparentemente violenta, demuestra que la verdadera santidad no consiste en ser complaciente ante la injusticia, sino en defender valientemente lo correcto. El orador critica la actitud temerosa de muchos cristianos, que no se atreven a expresar sus opiniones frente a ideas anticristianas. Argumenta que los buenos deberían tener la misma libertad de expresión que los malos, y no esconderse como si hacer el bien fuera un pecado. Aplicando esta enseñanza a la actualidad, el Padre sugiere que la Iglesia moderna también necesita ser "limpiada" de aquellos que solo buscan beneficio personal. Sin embargo, reconoce que los fieles comunes no tienen la autoridad para hacerlo directamente como lo hizo Jesús. En su lugar, propone que la mejor manera de "limpiar" la Iglesia es mediante el ejemplo personal de santidad y bondad. Insta a los jóvenes a vivir el Evangelio con valentía y generosidad, advirtiendo que esto puede conllevar la enemistad del mundo. Concluye que, en lugar de simplemente quejarse de los males de la Iglesia, los jóvenes deberían esforzarse por ser mejores cristianos ellos mismos. Enfatiza que el amor verdadero, no el dinero, es lo que realmente mueve al mundo y al universo.