El Padre reflexiona sobre la fiesta de la Inmaculada Concepción, destacando su profundo significado personal y teológico. Explica que este dogma celebra que la Virgen María fue concebida sin pecado original, preservada de toda mancha desde el primer instante de su existencia. Contrasta la pureza y santidad de María con la condición pecadora del resto de la humanidad, resaltando cualidades como su ingenuidad, belleza espiritual, alegría perfecta y disponibilidad total a Dios. Aunque María estuvo libre de pecado, el Padre enfatiza que su vida no fue fácil. Experimentó grandes sufrimientos, especialmente al pie de la cruz, y a menudo no entendía los planes divinos, pero los aceptaba con fe. El Padre reconoce la dificultad de comprender y amar plenamente a María debido a nuestra propia condición pecadora. Finalmente, exhorta a los oyentes a imitar las virtudes de María en su misión evangelizadora: ser como niños en un mundo envejecido, llevar pureza al mundo corrompido, y confiar plenamente en Dios frente a las dificultades. Concluye pidiendo a María que nos ayude a comprender el pecado para evitarlo, a conocerla y amarla mejor, y así acercarnos más a su hijo Jesús.