Ya sabéis que todos los días celebra la Iglesia la fiesta de los santos. Son tantos y tantas los santos y las santas. Unos días unos y otros días otros. Los hay de todas las condiciones, clases sociales, edades, riqueza, inteligencia, situación, países. La variedad y el número de los santos es ilimitada.

Hoy, por ejemplo, celebramos Santa Inés. Como fue mártir, pues los colores de los ornamentos sagrados son rojos, el color de la sangre. Y seguramente que si yo le preguntara a cualquiera de vosotros qué idea tenéis de Santa Inés me diríais en primer lugar ninguna. Pero de tener una idea de Santa Inés pues qué quiere que le digamos, "pues debe ser una señora, una matrona de esas, pues ya sabe usted cómo son los santos o las santas con esos hábitos que suelen pintar esas imágenes, esos vestidos tan fabulosos, tan recargados, por algo son santos y santas, y por eso ahora tan difícilmente no habría forma de encontrar ninguna."

Y... Pues no, no, no, no, no. Nada de eso. Santa Inés no fue ninguna matrona, no fue ninguna matrona romana, no fue ninguna señorona, ninguna señora, ni portadora de esos vestidos tan grandes, tan vaporosos. Nada de eso. Santa Inés fue una niña de 12 años. Fijaos, 12 añitos. Para que luego digan que los críos no pueden ser santos o que a los 12 años no se puede tener valentía, nobleza, generosidad y amor al Señor.

A esta niña la pusieron una alternativa. Llegaron aquellos soldados, aquellos patricios nobles romanos y le dijeron uno de ellos, porque parece ser que era una niña singular y muy guapa: "O te casas conmigo o consientes en venirte conmigo y estar en mi casa y acabar siendo mi mujer, o irás a la muerte." "Pues yo no tengo más esposo que Jesús, que Jesucristo," dijo la cría. Fijaos, "pues te costará la vida." Y halagos por un lado y amenazas por otro, y más halagos y más amenazas, pero ella dijo que no, que ella no tenía más esposo que el Señor, que ella le había dado su palabra al Señor, y que ella era del Señor y no podía ser de nadie más.

Doce años. Más o menos la edad que tenéis algunos de vosotros. Para que lo vean, que a los doce años no se puede ser valiente, no se puede ser fiel a una palabra dada, no se puede ser generoso y no se puede ser grande. Ya lo creo que sí. Ahí lo tenéis, el ejemplo de Santa Inés. La martirizaron terriblemente hasta la muerte, pero ella fue fiel al Señor hasta el final, cumplió sus palabras hasta el final y entendió muy bien lo que era el amor.

A los santos, sí, los hubo viejitos, viejitos, viejitos. Los hubo maduros. Los hubo adolescentes. Los hubo críos. A propósito de críos, que de críos no tenían nada, porque eran todos unos hombres maravillosos, los santos. Niños, pero fuertes, valientes. A vosotros os he contado yo muchas veces la historia de, por hablar también de varones, de Santo Dominguito del Vals, que vivió en Zaragoza en plena Edad Media. También era un gran madrugador, se levantaba muy de noche y allá se iba al aseo, a la catedral, a ir a la misa.

Por aquellos callejones empedrados, cuestas para abajo, para arriba, calles estrechísimas, puertas de madera con clavos de esos gordos que aún quedan bastante. Alguna vez en los pueblos antiguos todavía se ven portones, ventanales de esos también de madera recia que se abrían y asomaba una cabeza con un gorro blanco encima y una vela en la mano, como a veces pintan en los Belenes.

Y éste bajaba todas las mañanas a la catedral, todavía de noche, a llegar a misa, a extasiarse un rato con el Señor y a comulgar, porque no podía pasar sin su mejor amigo, sin el Señor. Y en aquella época en que en España habían tantos judíos, odiaban a Dominguito del Val. Y una mañana, cuando iba hacia la catedral, se abrió uno de aquellos portones, salía una mano, lo amordazaron, le taparon la boca, lo metieron dentro de una habitación, donde había un montón de judíos malos, y le dijeron, poniendo un crucifijo en el suelo, la imagen del Señor crucificado en el suelo: "O lo pisoteas o acabarás como él, te clavaremos también como él".

"Pues yo no pisoteo la imagen de mi Señor, yo no profano la imagen de mi Señor". Y entonces, consintió que lo clavaran, pero sin cruz, en la misma pared, con clavos, y allí se desangró lentamente hasta que murió. Lo arrojaron a un pozo. En los muchos días, las gentes vieron un resplandor que salía de un pozo abandonado, miraron allá y encontraron el cadáver de aquel crío que andaban ya tantos días buscándolo. Hoy yace en una urna de plata en la Catedral de Zaragoza.

Un niñito también de unos doce años, pero hasta ahí llevó su fidelidad a su mejor amigo, su amor al Señor. Éstos habían entendido lo que es de verdad el amor. Eran generosos, eran valientes, eran fuertes, eran nobles, eran grandes. En su poca edad, sin embargo, tenían ya una gran fortaleza. ¿No habéis oído la oración de la misa de hoy? "Señor, que eliges a los débiles para confundir a los fuertes de este mundo. Concédenos de tu mártir Santa Inés imitar su firmeza en la fe, su firmeza, su fortaleza, su valentía".

Los santos niños y los santos viejos, los santos adolescentes y los santos maduros. ¿Os acordáis vosotros por hablar de todo? Yo recuerdo que me causó mucha impresión cuando leí la muerte de San Vicente de Paúl. San Vicente de Paúl sí que llegó a viejo. Ya después de una vida gastada en hacer el bien, los pobres, los leprosos, los enfermos, no sé cuántos hospitales fundó. Cómo llevó todo ese amor tan grande que tenía en su corazón, cómo lo ejerció en una caridad abundantísima. Este San Vicente de Paúl, yo recuerdo una escena de su vida, para que veáis cómo los santos entendían eso del amor a los demás, derivada de un amor muy grande a Jesús. A mí me impresionó una escena de la vida de San Vicente de Paúl, fue en aquella ocasión, que ya os conté también, en que a él lo invitaron a visitar una galera. Las galeras, aquellos barcos de madera tan pesados, movidas por los galeotes. Asomaban los 40, los 60, los 100, los 200 remos por los agujeros de la galera, del barco

Y al son del tantán del jefe de los galeotes, más deprisa o más lento, según el barco tuviera que avanzar. ¿Os acordáis de Ben-Hur, aquellas escenas fabulosas de la batalla del mar? La batalla de los barcos manejados, conducidos por los galeotes, al son del tantán del jefe de galeotes. "¡Más rápido, más rápido, más rápido!" Los galeotes caían a este nód, porque había que avanzar, había que abordar a los barcos enemigos y hay que sacar fuerzas donde no las haya.

San Vicente de Paúl asistió una vez a una de esas galeras, tuvo que viajar, y vio a los galeotes esternuados, desnudos, en medio cuerpo para arriba, completamente bañados en sudor, a punto de fenecer, de morir. Y había uno enfermo, enfermo, que ya no podía más. Y el jefe de los galeotes, con el tantán, "¡los remos, los remos, los remos!", y el otro con el látigo, animándolos con el látigo para que remaran incansablemente, hasta que este pobrecito infeliz, enfermo este nuevo, cae encima del remo y ya no se puede mover. Y entonces le apalean con el látigo hasta hacerle sangrar todas las espaldas.

Y San Vicente de Paúl, sin poder resistir más la visión de aquel espectáculo tan lastimoso, se lanza como un loco hacia donde está aquel galeote, lo aparta como puede, porque estaban encadenados, sujetos con cadenas, como sabéis muy bien, y entonces coge el remo y se pone en su lugar a remar para que no sea martirizado aquel pobre hombre.

Pues bien, San Vicente de Paúl murió ya muy viejito. Era un hombre, como suelen ser siempre los santos, que llegan a hombres muy ocupados, con muchos jaleos, con muchos problemas, con muchas ocupaciones, con muchos líos. Iba mucha gente a verlo, tenía tantos jaleos siempre, los unos para una cosa, los otros para otra, todo el mundo esperando de su corazón, de su caridad, de su cariño, de su ayuda, y el pobrecito ya no podía más.

Yo recuerdo que también me impresionó mucho esa escena final de su muerte. Ahí en su cuarto, y entra aquel que hacía de secretario y le dice: "Padre, ahí tiene usted una nueva visita que viene a verle, es el caballero fulano de tal". Y dice el padre Vicente: "Pues ya no le voy a poder recibir. Y cierra y atranca bien la puerta porque ahora voy a recibir a otra visita, pero esa visita es del caballero más grande que jamás ha existido en la tierra y en el cielo. Voy a recibir la visita de alguien muy importante que viene a poner el sello final a mi vida". Y entonces se atrancan las puertas y ahí muere el padre Vicente de Paúl. Bueno, y así podríamos seguir.

Pero lo que yo quería decirles esta mañana, hijitos, a propósito de esta cría de 12 años que supo ser tan valiente y llevar su amor al Señor a tales extremos, es que en medio de un mundo como el que vosotros os ha tocado vivir, un mundo de egoísmos, un mundo de viejos, un mundo de mentiras, un mundo de falta de generosidad, un mundo de falta de cariño, un mundo de falta de valentía, el mundo de los cobardes, el mundo de los gastados, el mundo de los mentirosos, de los embusteros. Hijitos, que vosotros seáis muy valientes y seáis muy buenos. Y no os desaniméis.

Dadle vuestro sí al Señor, y dadle vuestro corazón al Señor, y dadle lo que tenéis al Señor. Digo que no os desaniméis, porque alguno se podría desanimar cuando ve que no puede o que le cuesta trabajo o que tiene que luchar. Pero hijo, si no tuvieras corazón, no tendrías que luchar. Pero porque tienes corazón, pues tienes que luchar.

Y si el demonio no viera que eres muy bueno, y si el demonio no viera que le puedes hacer mucho daño a él, no te tentaría, no te fastidiaría, no te molestaría, te dejaría solo. Si tienes que luchar, si eres tentado, si tienes que sufrir, es porque tienes un corazón muy grande y porque el Señor te ama mucho y porque el Señor espera mucho de ti. Y el demonio te fastidia y te tiende y te persigue porque sabe que le puedes hacer mucho mal.

Así que ánimo. Con ese corazón que el Señor os ha dado, a ver si sois tan valientes como Santa Inés, y si es preciso, hasta dar la vida. Pero ese sí al Señor, esa palabra al Señor, y esa fidelidad al amor del mejor amigo, que sean en vuestra vida, hijitos, una tremenda realidad.

Father Alfonso Gálvez