El Padre reflexiona sobre la parábola del fariseo y el publicano del Evangelio de Lucas, enfocándose en la importancia de la humildad y la obediencia en la vida cristiana. Destaca cómo el fariseo se consideraba justo y despreciaba a los demás, mientras que el publicano reconocía humildemente sus pecados. El Padre critica la actitud moderna de rechazar el concepto de pecado y definir por uno mismo lo que está bien o mal, ignorando la ley de Dios. Enfatiza que todos somos pecadores necesitados de la misericordia divina. Comparte cómo él mismo se siente indigno al celebrar la Misa, pero confía en el amor y perdón de Dios. Explica la Misa como una participación real en la muerte de Cristo, no una mera ceremonia. Es un acto supremo de amor donde el cristiano se identifica con Cristo y ofrece su vida junto a Él. Lamenta que muchos no comprendan la profundidad de este misterio. El Padre concluye exhortando a vivir con fe y confianza en tiempos difíciles, buscando la santidad y la humildad. Destaca que el amor de Dios supera todos nuestros pecados e imperfecciones, y que debemos confiar plenamente en Su misericordia.