El Padre ofrece una reflexión profunda sobre la compasión y el amor de Jesucristo, basándose en varios episodios del Evangelio. Destaca la inmensa compasión de Jesús hacia los enfermos, los pecadores y los que sufren, como se ve en los milagros de curación y resurrección. El Padre enfatiza que Jesús no solo era compasivo, sino que era la encarnación misma de la compasión divina. Comparte sus propias experiencias como sacerdote, recordando momentos de profundo sufrimiento humano que ha presenciado en su ministerio, desde comunidades pobres en los Andes hasta enfermos terminales en hospitales. Sin embargo, el Padre afirma que el objeto de mayor compasión que ha conocido es él mismo, expresando su asombro ante el amor y la misericordia que Dios le ha mostrado a pesar de sus propios pecados e indignidad. El Padre reflexiona sobre la importancia crucial de la fe en Cristo y en su presencia real en la Eucaristía, afirmando que sin esta fe, su vida perdería todo sentido. Concluye exhortando a los fieles a contemplar profundamente el amor y la compasión de Dios, y a responder con un amor correspondiente, viviendo para Cristo tanto en la vida como en la muerte.