El Padre analiza el Evangelio del Domingo de Pasión, que contiene un diálogo entre Jesús y los fariseos. En este texto, Jesús afirma su divinidad y santidad preguntando quién puede acusarlo de pecado, algo que ningún otro hombre podría decir. Los fariseos lo acusan de estar endemoniado y quieren apedrearlo cuando afirma ser anterior a Abraham. El sermón desarrolla varios temas centrales: la naturaleza del verdadero cristianismo como un camino estrecho y difícil, no de comodidad; la necesidad de aceptar la cruz y el sufrimiento como parte esencial de la vida cristiana; y la crítica al modernismo que intenta eliminar estos aspectos fundamentales de la fe. El Padre advierte contra un cristianismo superficial que solo se practica ocasionalmente o que busca eliminar el sentido sacrificial de la cruz. Enfatiza que los verdaderos cristianos serán perseguidos como lo fue Cristo, pues "el discípulo no es más que su maestro". Critica las tendencias modernas que presentan un cristianismo fácil y cómodo, sin cruz ni penitencia. Señala que la única verdadera alegría viene de seguir a Cristo, aun en medio del sufrimiento, y que el mundo actual necesita cristianos auténticos que den testimonio de su fe no solo con palabras sino con sus vidas, aceptando las renuncias necesarias por amor a Cristo. Concluye exhortando a vivir la próxima Semana Santa con verdadera devoción y amor a Cristo crucificado, como guía en tiempos de confusión.