El Padre reflexiona sobre el mandamiento principal del amor a Dios y al prójimo, enfatizando la importancia fundamental del amor en la vida cristiana y humana. Explica que para entender verdaderamente el misterio del amor hay que acudir a la revelación divina, ya que Dios es amor. Destaca que el amor implica reciprocidad y entrega mutua entre Dios y el ser humano, comparándolo con la relación entre esposos descrita en el Cantar de los Cantares. El Padre lamenta que muchas personas pasen por la vida sin experimentar el verdadero amor de Dios, confundiéndolo con relaciones superficiales. Explica que el amor divino-humano va más allá de las metáforas y se convierte en una realidad de comunión íntima, como expresó Jesús al decir "quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él". Concluye que el amor es la realidad máxima del universo, tanto creado como increado. Destaca la grandeza del amor de Dios al tomar nuestra condición humana para demostrarnos su amor y enseñarnos a corresponderle. El Padre enfatiza que comprender y vivir este amor divino es el propósito último de la existencia humana.