En el sermón del Padre, basado en una lectura del Evangelio de San Mateo, se destaca la necesidad de profundizar en las enseñanzas de Cristo, más allá de los preceptos superficiales de la Ley Antigua. El Padre enfatiza que el cristianismo exige un cambio profundo en el corazón y en la mente, abordando las raíces de los problemas humanos, como el odio y la falta de amor fraternal, en lugar de limitarse a cumplir con los mandamientos en su forma literal. Utiliza ejemplos como el mandamiento "no matarás" para argumentar que el simple evitar el homicidio no es suficiente; es esencial también erradicar la ira y el desprecio hacia los demás. El Padre critica la práctica contemporánea del cristianismo superficial, caracterizada por espectáculos públicos y grandes concentraciones, que, aunque bien intencionadas, no van al fondo de los problemas ni transforman verdaderamente a los creyentes en discípulos auténticos de Cristo. Subraya que la verdadera conversión cristiana implica un comportamiento profundamente cambiado, basado en el amor divino y la caridad genuina, reflejado en acciones cotidianas y en la vida personal del creyente. Asimismo, profundiza en la relevancia de la liturgia y la misa, recordando que la Eucaristía no es solo un acto simbólico, sino la representación real del sacrificio de Cristo en la cruz, que los creyentes deben vivir y participar de manera auténtica y consciente. Critica las prácticas litúrgicas modernas que, según él, olvidan este aspecto esencial. En cuanto al amor y la caridad, recalca que todo debe fundamentarse en el amor a Dios, ya que solo así las acciones tienen verdadero valor. Las enseñanzas de Jesús deben ser vividas y enseñadas en profundidad, evitando un cristianismo desprovisto de autenticidad y profundidad. Finalmente, exhorta a ofrecer a las personas un cristianismo verdadero que llena sus vidas de alegría profunda, incluso en medio de las pruebas, y que guía inexorablemente hacia la eternidad.