El Padre presenta una homilía sobre el Evangelio del tercer domingo de Cuaresma, enfocándose en la apostasía general y el estado actual de la Iglesia. Comienza analizando el pasaje donde Jesús expulsa un demonio mudo, recordando cómo fue rechazado desde el principio de su ministerio. El sermón luego traza un recorrido histórico desde la Iglesia primitiva hasta la actualidad, señalando cómo el rechazo a Cristo se ha intensificado, especialmente desde el siglo XVIII con el racionalismo. Destaca las profecías bíblicas, particularmente las de San Pablo a Timoteo y a los tesalonicenses, sobre los tiempos difíciles que vendrían en los últimos días. Describe la situación actual de la Iglesia caracterizada por una deserción masiva de fieles, el abandono de los sacramentos, la crisis vocacional, y el declive en la práctica religiosa. Señala problemas específicos como la pérdida del sentido del pecado, la falta de respeto por la Eucaristía, el vaciamiento de seminarios, y la corrupción sistemática de la juventud. El Padre advierte sobre la transformación de la sociedad hacia el hedonismo, la pérdida de valores cristianos, y la crisis dentro de la jerarquía eclesiástica. Sin embargo, concluye con un mensaje de esperanza, recordando las palabras de Jesús sobre la perseverancia hasta el final y la victoria definitiva de la fe sobre el mundo. Enfatiza que, aunque la Iglesia pueda quedar reducida a una minoría, nunca desaparecerá completamente, según la promesa de Cristo.