No os dejéis llamar maestro porque uno solo es vuestro maestro, Cristo. Jesús se presenta como único maestro que enseña por sus obras tanto como por sus palabras. Mateo 11, 29: "Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas." Aprender de mí y en concreto aprender mi mansedumbre de corazón, mi humildad, en fin, su vida.

Marcos 4, 34: "Con muchas parábolas semejantes les anunciaba la palabra según podían comprenderlo, y no les hablaba sin parábola, pero a sus discípulos les explicaba todo aparte." O sea que el Señor les enseñaba con palabras y con hechos, y dentro del orden de las palabras, en público y en privado. ¿Cómo hacerse su discípulo y aprender? Sino escuchándole y contemplándole, es decir, viviendo con él. Hay que escucharle para oír sus enseñanzas y hay que contemplarle y vivir con él para ver esas enseñanzas puestas en práctica.

El Señor había una perfecta adecuación entre sus enseñanzas y su vida. Si alguno tenía la menor duda de lo que se decía, sus palabras no tenía más que mirar su vida. Al contrario que nos sucede a nosotros, como decía el Señor: "Hacer lo que dicen pero no lo que hacen." El Señor decía eso a los fariseos, pero como todos somos un poco fariseos, pues también se lo podría haber dicho a nosotros. Por lo tanto, viviendo con él es la única manera de aprender de verdad sus enseñanzas.

Marcos 3,14: "¿Eligió a doce para que estuvieran con él?" Eligió a doce para que estuvieran con él. Estuvieran con él, o sea, que anduvieran con él, vivieran con él, y por lo tanto aprendieran de él. Tenían que vivir su misma vida y estar con él. Esto es una cosa que no se puede aprender por correspondencia.

Mateo 19, 28: "Jesús le respondió, os lo aseguro, vosotros los que me habéis seguido en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria..." Vosotros los que me habéis seguido, los que habéis estado conmigo, los que habéis vivido conmigo... Así es, el discipulado, con respecto al Señor, al Maestro, solamente se puede aprender viviendo con Él. Porque es una cátedra la suya, en la que no se imparten solamente lecciones teóricas, sino prácticas. Lecciones de vida, lecciones teóricas que luego se aplican perfectamente a la vida.

Por lo tanto, el discípulo del Señor, como el Señor lo exhorta tantas veces a lo largo del Evangelio, no se puede limitar a asistir a su cátedra, sino que tiene que seguirle. "Que quiera venir conmigo, que lo deje todo y que me siga." Es un leitmotiv que el Señor repite a lo largo de todo el Evangelio. No dice el Señor: "El que quiera aprender de mí, pues que asista a mi cátedra, que asista a mis lecciones, que escuche mis conferencias," sino "que me siga." Y todos sus discípulos, siempre cuando él pretende que alguno sea su discípulo, le dice que lo siga. "Pues mira, aún te falta una cosa, ve y deja todo lo que tienes. Véndelo, dáselo a los pobres, y luego ven y sígueme."

Es condición indispensable para ser discípulo del Señor el seguimiento. Por eso, porque no basta con aprender sus palabras. Las palabras las podemos leer directamente en el Evangelio, entre lo que nos ha dejado el Evangelio y nos ha transmitido la tradición guardado por la Iglesia, el depósito de la fe. Pero no basta con eso, hay que vivir con él. Los discípulos son siempre unos seguidores, no son unos meros asistentes a clase.

A diferencia de todos los demás maestros que en el mundo han sido, cuyos discípulos se limitaban a escuchar las lecciones, e incluso cuando los discípulos vivían con el maestro, como era frecuente en las escuelas antiguas, la escuela peripatética. Aristóteles enseñaba peripateando, con poco de peri y mucho de pateando. La escuela, Aristóteles daba sus lecciones paseando, caminando de acá para allá. Y otros grandes maestros, los discípulos acudían. Pero esta convivencia de los discípulos con el maestro era una convivencia siempre momentánea. Vivían con el maestro ciertas horas o incluso días completos, si se quiere, pero siempre con ánimo de aprender de su boca, más que de su vida, la verdad, a oír sus sencillas enseñanzas orales.

El Señor no, el Señor hay que aprender de sus enseñanzas orales y de su vida. Por eso los discípulos de Aristóteles, los discípulos de Sócrates o los discípulos de Buda siempre se llaman discípulos pero nunca se han llamado seguidores. Los auténticos seguidores son los de Jesucristo. Por eso, en este carácter de seguidores y discípulos del Maestro, se reconoce más tarde su identidad. Se decía de los discípulos, o de los cristianos, que eran los que habían estado con Jesús. Ahí, en Hechos 4:13: "Al ver la seguridad de Pedro y Juan, y comprendiendo que eran hombres sin letras ni cultura, se admiraron, pues los conocían de cuando estaban con Jesús". Ah, estos eran los que estaban con él.

Del maestro galileo y por eso las expresiones de San Pablo de estar con Cristo, su deseo de estar con Cristo, siempre estar con Cristo, es propio, es condición indispensable del verdadero discípulo del Señor. Primera Tesalonicenses 4:17: "Después nosotros, los vivos, los que quedemos, junto con ellos seremos arrebatados entre nubes por los aires al encuentro del Señor. Y así estaremos siempre con el Señor". Y así estaremos siempre con el Señor, porque esa es nuestra vocación, ese es nuestro camino, para eso hemos nacido, para eso hemos sido hechos hijos de Dios.

Filipenses 1:23: "Me siento apretado, apremiado por ambos lados. Por uno, deseo quedar desatado para estar con Cristo... que es muchísimo mejor". El estar con Cristo es lo mejor de lo mejor de lo mejor. Para San Pablo el estar con Cristo es incluso mejor que estar con sus hijos, que ya es decir, porque para él el estar con unos hijos es... a los que amaba tanto, por los que se hubiera hecho incluso anatema, fíjate, por dar la vida por ellos.

Sin embargo, el estar con Cristo es muchísimo mejor. Por eso es extraño este intento constante, propio y característico de las falsas místicas, de utilizar al Señor como puente o camino para llegar a esa inmersión en el océano de la divinidad. Ya hemos llegado hasta la misma naturaleza divina. Para ello nos ha servido como puente y como intermediario el Pontífice Supremo, el gran sacerdote, el único sacerdote, Jesucristo, por Cristo y a través de Cristo.

Pero eso no es cierto. Jesucristo no es un mero intermediario, no es un mero puente. Es un puente con el cual viajamos. Cuando llegamos al término, seguimos con él. Es el camino para llegar al Padre, pero es también el camino para seguir estando con el Padre, para estar con el Padre. Seguimos con Cristo, no solamente por Cristo, sino también con Cristo. Por Cristo, con Cristo y en Cristo no es solamente el "por". A veces se pone el énfasis o el acento en el "por" y se olvida el "con" y el "en", y en realidad son las tres palabras. La primera, por supuesto, es el "por", pero luego viene el "con" y luego viene el "en". A través de él, por supuesto, como camino, pero luego resulta que él nos acompaña también porque él es el camino, el camino hasta el fin.

Y luego estamos en él, o sea, tampoco lo abandonamos, estamos con él, no solamente estamos con él, sino que estamos en él. De manera que Cristo no es un mero camino, no es un mero intermediario. Sin Cristo jamás tendríamos al Padre, ni tampoco en el cielo. Por eso el Señor ha querido conservar su humanidad intacta, monda y lironda, hasta con sus propias llagas, con sus llagas gloriosas, pero llagas, su humanidad íntegra, y a través de esa humanidad es como lo conocemos, lo amamos, y amándolo a él, amamos al Padre.

Felipe, el que me ve a mí, ve al Padre. Porque a Dios nadie lo ha visto jamás. Pero el unigénito del Padre, que está en el seno del Padre, ese es quien nos lo ha dado a conocer. San Juan 1, 18. ¿Verdad? Digámoslo: "Deum nemo vidit unquam. Unigénitus Dei, unigénitus Patris". Mira, es que es muy bonito esto, es muy bonito. Vamos, lee. Lee, mire para atrás, como el gordillo flaco. "Deum nemo vidit unquam". A Dios no lo ha visto nadie jamás. No lo ha visto nadie jamás. Pero... "Unigénitus Deus, qui est in sinu patris". Pero el Dios unigénito... que está en el seno del Padre, o sea, el Hijo. "Ipse enarrabit". "Ipse enarrabit, nos". Ahí falta el "nos", que está ilícito. Él es el que nos lo ha dado a conocer, el que nos lo ha contado, el que nos lo ha referido, el que nos lo ha manifestado.

Por eso, como hemos dicho antes, entonces, si los discípulos del Señor necesitan para ser tales discípulos, como condición sine qua non, el estar siempre con el Señor, como hemos visto ahora que dice San Pablo, el estar con el Señor. Son los que estaban con Él, los que vivían con Él, son los que le seguían.

Bien, pero el Señor se subió a los cielos y luego envió a sus discípulos por todo el mundo para que fueran propagando sus enseñanzas. Sí, se marchó a los cielos, pero se quedó siempre con nosotros, se quedó con nosotros para siempre. Y eso es lo que hace posible que nosotros ahora podamos ser sus auténticos y verdaderos discípulos también. La Iglesia no sería ya la Iglesia de Jesucristo si éste no permaneciera con los suyos. Si Jesucristo nos hubiera dejado y se hubiera ido al cielo dejándonos, ya esta Iglesia no sería la verdad de la Iglesia. Su presencia entre nosotros no es un mero recuerdo, no es una presencia moral, no es una presencia actualizada por la fe, es una presencia real.

Mateo 28:19, ¿no dice eso? Bueno, al final de San Mateo, cuando sube el Señor a los cielos y dice ir por todo el mundo, es ahí. "Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado." Fijaos como curiosamente, se nos vincula la enseñanza que los futuros discípulos van a recibir a través de la predicación apostólica, con el hecho de su permanencia entre nosotros hasta el final de los tiempos.

Y por todo el mundo, enseñándole a las gentes lo que yo os he enseñado a vosotros. "Y saber que yo estaré con vosotros todos los días." Fijaos cómo insiste el Señor en esto de todos los días. "Hasta el fin del mundo." Podría haber dicho, "y saber que yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos." Y parece que la frase hubiera quedado muy completa. Sin embargo, insiste en lo de todos los días, porque es condición indispensable para que nosotros podamos ser sus discípulos.

Su presencia entre nosotros, por eso en mi último escrito digo, bueno, esto de la presencia actualizada por la fe, a mí me parece que se quedaría en un mero juego de palabras. Para mí, que me expliquen eso, que me aten esa mosca por el rabo, a ver cómo la atan. Sería un mero juego de palabras si no fuera verdad, como lo es, que el Señor se ha quedado real y verdaderamente presente entre nosotros. Ahí lo tenemos en el sagrario. Está entre nosotros en el recuerdo, en el afecto, en el cariño, por la fe, a través de sus palabras. La diaconisa gorda o la lectora gorda que va moviendo el culo con el leccionario, levantando el leccionario, rodeada de acólitos con velas, moviendo el trasero, este o este, este o este, ni este ni aquel, señora, el de arriba, y le dan más importancia al leccionario que a la Eucaristía. Al escenario evangélico le dan un gran rito y un boato, más que a la Eucaristía. Y no se dan cuenta que desde el momento en que dejen de creer en la presencia real en la Eucaristía, van a acabar pasándose el leccionario por el este y el oeste. Esto es la verdad.

Yo ya soy viejo y mi conocimiento de la naturaleza humana es lo suficientemente grande como cualquiera. Y además lo estoy viendo. Lo estoy viendo el momento en que toda la presencia del Señor entre nosotros se queda de los protestantes. Su presencia es la palabra, la palabra de Cristo que permanece en la Iglesia. El memorial, ese es su recuerdo, su presencia en el recuerdo de la comunidad. Su actualización en la comunidad y toda esa serie de palabras y cosas raras que ya también se mosca por el rabo.

La verdad es que desde el momento en que se deja de creer en la presencia real y no meramente acordatoria o figurativa de Cristo en la Eucaristía, todas las otras presencias se las pasa la gente por donde ellos sean. Y si no, el tiempo ya ve el caso que se está haciendo del Evangelio y con qué seriedad se toma el Evangelio.

Pero en fin, Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.

Padre Alfonso Gálvez