¿Esto debe ser algo para sujetarlo, no? ¿O qué? ¿O no? O esto debe haberlo en un bolsillo. Es una correa para agarrarlo, ¿no? Para agarrarlo con alguna cosa, ¿no? Con alguna otra correa, quizá. Con el cinturón, quizá, ¿no? Es para agarrarlo en la correa. En la correa del cinturón, ¿no? El cinturón del pantalón.

Los tesalonicenses habían acogido con alegría la palabra de Dios, a pesar de numerosas tribulaciones, y San Pablo les felicita por haber sido imitadores suyos y del Señor. Sacando experiencia de la querella de los idolotitas, enseña a los corintios que jamás se deben encerrar en el egoísmo, sino que deben preocuparse del bien del prójimo y concluye diciéndoles: "Ser imitadores míos como yo mismo lo soy de Cristo". En ambos casos solamente les predica lo que él mismo vive.

Reproducir los rasgos del Señor es la vocación de todos los bautizados. Por eso, San Pablo ve en la conformidad con Cristo, por la paciencia en medio de las pruebas, un signo de la elección divina. Así, por ejemplo, en 1ª Tesalonicenses 1...

¿Eso está fácil de desconectarse, eh? No, no, no, seguro, padre, no se puede hacer si se pone... Ah, tiene rosca, es que no le habían puesto la rosca. Ya está, ya tiene que estar. ¿Y cómo se ha soltado antes? Este no estaría puesto el seguro. ¿Se va a quedar otra vez? Vamos a ver si se cae o no se cae. Ya veremos si eso está fácil de caer. Eso es un problema, pero me extraña que hayan hecho eso así. Aunque esté en la cintura, para quitarlo tienes que hacer presión y meterle un modo diferente.

Eso no debe estar fácil de salir. Pero eso se puede quitar de un tiro, hay que quitar de un tiro, tiene que quitar de un seguro. Claro, eso es lo que me parece lógico. Porque si no, si sale eso, a ver qué haces. Ponte en público, actuar en público, entonces ponte a desarrollarte el cinturón de los calzones. Un momento, un momento. ¿No? Te bajas los calzones... Por eso pienso que eso debe estar como tú dices, claro, hombre, eso no puede ser de otra manera.

Primero Tesalonicenses, uno, cuatro y siguientes: "Conocedores, hermanos amados de Dios, de vuestra elección, porque nuestro Evangelio no os fue transmitido sólo con palabras, sino también con portentos y en el Espíritu Santo, en plena convicción. Como sabéis, que fue nuestro comportamiento entre vosotros para..." ¿Qué versículo es ese? El 6, el 5, perdón. Bueno, sigue, a ver, aquí dice el 4, el 5 y el 6, sigue: "Y vosotros os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, recibiendo la palabra con el gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones". San Pablo asocia, como dice aquí Spick, el hecho de haber sufrido muchas tribulaciones con el acercamiento, semejanza o conformidad a Cristo, con el Señor.

Y ven, es un signo de la elección divina. Así como San Pedro explica a los esclavos cristianos que su llamada a la fe no puede menos de conducirles a esta semejanza con el Señor. Primera de San Pedro, 2, 21: "Para esto fuisteis llamados, porque también Cristo padeció por vosotros, dejándoos el templo para que sigáis sus huellas". Lo que estos textos insinúan... Romanos 8:29 lo dice claramente: "Dios ha predestinado a los que le aman a ser conformes a la imagen de su Hijo, a fin de que éste sea el primer nacido de una multitud de hermanos". Pues a los que de antemano conoció, también los destinó a ser semejantes a la imagen de su hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.

Esto es muy importante porque aquí está, hijos míos, el nervio del Nuevo Testamento. No hemos sido llamados a ser buenos. Ya hemos dicho muchas veces que los mandamientos de la ley de Dios estaban promulgados ya mucho antes de que el Verbo se hiciera carne. De la encarnación del Hijo de Dios, ya había obligación de no mentir, de honrar al padre y a la madre, de no robar, de no fornicar y cosas semejantes. No es esto lo específico y propio del cristiano. Por supuesto es una condición sine qua non, pero eso ya viene de lejos. Ya viene desde que Dios creó. "Yo no he venido a abrogar la ley, sino a darle cumplimiento", afé.

Lo específico de la revelación en el Nuevo Testamento es que el Verbo se hizo carne, que el Hijo de Dios se hizo hombre. Y como yo digo ahí, en este último escrito que acabo de redactar, parece razonable pensar que el Verbo se hizo hombre no solamente para salvarnos de nuestros pecados. Es decir, que el motivo de la redención no fue el único motivo de la encarnación. La redención puede ser un motivo de la encarnación, sin duda, todo lo importante y fundamental que se quiera, pero no es el motivo único. Yo incluso digo que no es el motivo principal, siguiendo algunas escuelas católicas que no son las que están más en el candelero. La escuela que está más en el candelero en este punto es la tomista de Santo Tomás, que dice que el motivo fundamental y clave de la encarnación es la redención, y digo que no, que eso no es.

Entonces, como os digo, desde luego lo que está claro es que de lo que se trata pues no es de que seamos buenos. Esa obligación ya existía, incluso desde mucho antes de que Moisés recibiera las tablas de la ley con los diez mandamientos, desde que Dios hizo al hombre. El no mentir o el no robar son preceptos de ley natural, de la ley natural, por honrar al Padre y a la Madre. Lo específico del Nuevo Testamento y aquello que determina, que hace que el Padre nos ame precisamente, justamente, y aquello para lo cual el Señor se hizo hombre también, es que nosotros podamos hacernos conformes, semejantes al Hijo. Que seamos la imagen viviente de Jesucristo. Los predestinó a ser conformes. Conformes quiere decir que tengan la misma forma. Aquí la palabra conforme hay que tomarla en sentido filosófico.

"Conforme" no quiere decir aquí, no quiere decir estar de acuerdo. ¿Estáis conformes? Todo el mundo dice sí. Y dice el alcalde: "Entonces los que han dicho que sí, que se lo expliquen a los que han dicho que no". No, aquí la palabra "conforme" no significa eso. La palabra "conforme" se toma aquí en sentido filosófico. Quiere decir tener la misma forma. Ya sabéis que en sentido filosófico tener la misma forma viene a equivaler propiamente a tener la misma naturaleza, porque lo que determina la esencia o la naturaleza de una cosa es precisamente la forma, aunque la forma no sea exactamente... La forma del hombre es el alma. El hombre no es solamente alma, es también cuerpo, pero el cuerpo sin el alma no sería nada, es más, ni siquiera existiría.

Pues cuando dice aquí "ser conformes a la imagen de su Hijo", el Padre nos ama y nos quiere mucho justamente en la medida en que ve en nosotros la imagen de su Hijo. Perfeccionarnos y la santidad no es otra cosa que ir haciendo más patente en nosotros, más intensa en nosotros, la imagen del Hijo, la imagen de Jesús. Por eso el Padre nos ama, porque ve en nosotros la imagen de su Hijo. Es decir, el Hijo agota toda la capacidad de amabilidad. Por eso el Padre ama infinitamente al Hijo, porque el Padre ve la esencia divina infinitamente amable, infinitamente perfecta.

La imagen, la idea que el Padre tiene de la esencia divina es el Hijo. Lo ve tan infinitamente amable, es decir, tan infinitamente perfecto, que lo ama con un amor infinito. Entonces, el Hijo agota la esencia divina de toda la amabilidad. Es decir, es la amabilidad infinita, la capacidad infinita de ser amado. Nosotros participamos de eso. El Padre nos ama en la medida en que ve esa amabilidad o una parte de esa amabilidad, o sea, de esa capacidad de ser amado. Bondad, verdad, belleza, etc. La ve en nosotros. Y en la medida en que ve en nosotros la imagen de su Hijo, nos ama.

Ser santo no es más que esto: usted es más santo o es menos santo según se parezca más o menos a Jesucristo. Este parecido con Cristo empieza ya en el momento del bautismo. Es un parecido ontológico, no es un parecido puramente moral, es una conformación ontológica. No es una transformación en Cristo, eso sería en el sentido de que nosotros perdamos nuestra personalidad, nuestra individualidad o nuestra naturaleza, eso sería absurdo. Es una transformación misteriosa, tan misteriosa como cuando la Biblia habla de la participación en la naturaleza divina. Dice "consortes de la divina naturaleza", que dice San Pedro, somos consortes de la divina naturaleza, pertenecemos a la familia de Dios, nos hacemos participantes de la divina naturaleza. ¿Quiere decir esto que nos hacemos dioses? No, una criatura no puede llegar a formar parte de la esencia divina, eso sería panteísmo, eso es absurdo.

Pero de una forma misteriosa que la revelación no nos explica más, llegamos a formar parte, a tener una participación en la naturaleza divina, lo mismo que por ejemplo un hijo es completamente autónomo e independiente de su padre, pero mira por donde tiene la misma naturaleza del padre, ha sido engendrado por su padre y es bastante semejante a su padre. Pues bien, la santidad no es más que este ir pareciéndonos a Jesucristo. Si somos más santos, nos parecemos más a Jesucristo. Si somos menos, nos parecemos menos. Y podemos incluso no parecernos nada, si nos hemos apartado de Dios y hemos perdido la gracia.

Este parecido con Cristo, que dice aquí el texto, que es nuestro destino y que es nuestra vocación, y aquello para lo cual hemos sido creados y destinados, este parecido con Cristo, sería imposible e impensable si Cristo no existiera. Es decir, si el Hijo de Dios no se hubiera hecho hombre, si no hubiera tenido lugar el misterio de la encarnación. Por ejemplo, por lo que digo yo que me parece razonable pensar que el motivo de la redención no es el único motivo de la encarnación y posiblemente tampoco sea el motivo principal, aunque por supuesto la redención es un motivo, pues claro está, de la encarnación.

Pero ahí lo tenéis, hemos sido destinados a ser conformes a la imagen de su hijo a fin de que éste sea el primer nacido de una multitud de hermanos. Este parecido con el Señor es un parecido que no es puramente moral, es ontológico. No es perceptible a los ojos carnales, sí es perceptible a través de la fe. Y en cierto modo también es perceptible incluso a los ojos carnales y exteriormente. Por ejemplo, en el Señor, en el mismo sentido en que es perceptible la santidad, es perceptible que un hombre es justo, que un hombre es honrado, que un hombre es honesto, que un hombre practica la caridad, quizá en grado heroico, amando a su prójimo, amando a sus semejantes, las virtudes heroicas que la Iglesia canoniza en los santos, eso es perceptible.

Eso se ve cuando un hombre practica esas virtudes en grado heroico, cuando un hombre ama a Dios en grado heroico y ama a sus hermanos en grado heroico. Eso se ve. Y es perceptible incluso a veces... Cuando esa transformación del Señor o esa conformación con Cristo llega a ser extremadamente grande, en cierto modo, incluso casi es perceptible a la gente, no ya a los ojos de la fe, sino incluso a los ojos corporales. Pensar, por ejemplo, en el caso de los santos, y en concreto de algún santo determinado, como este ejemplo que yo siempre suelo poner, el ejemplo de San Francisco de Asís, que dicen que parecía un Cristo viviente, y hasta en los estigmas, fijaos hasta dónde puede llegar el parecido hasta físico con Jesucristo. Claro que son casos extremados.

No es lo normal, son casos en los que Dios quiere manifestar de una manera pública, ostensiblemente notoria, ante todo el mundo, que el alma de ese hombre está tan conformada a su propio hijo, que quiere Dios que eso se manifieste de una manera ostensible. Lo normal es que esto se perciba, que este parecido sea perceptible solamente a través de la fe. Pero ya lo digo relativo, porque una persona es buena de verdad. Es que no podemos ver que una persona es muy sacrificada, o que una persona es muy trabajadora, o que una persona está muy dedicada a los demás, o que una persona es muy obediente, o que una persona es muy limpia de corazón, o que una persona... Las virtudes se captan, se ven.

La humildad, por ejemplo, se ve enseguida cuando es una humildad verdadera y cuando es una humildad falsa. Y así tantas cosas. La caridad es una virtud muy clamorosa, muy extensible, muy llamativa, muy espectacular. El Señor incluso la pone como bandera. Dice, en esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros. Cuando vean esto, ¿veis? Las virtudes son también llamativas, son clamorosas. Que vean vuestras buenas obras para que así glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

En este sentido, este parecido con Cristo es perceptible. Se ve, no se ve el parecido ontológico, pero sí se ve el resultado de esa conformación o de ese parecido. Se ve que este hombre es bueno, que practica las virtudes cristianas. Y claro, el obrar se irá al ser. Si el obrar es ese, es porque el ser es también ese. Si actúa de esta manera es porque es de esta manera. Las virtudes la Iglesia no puede saber si el alma de un hombre es santa y hasta qué grado tiene de santidad. Lo único que hace la Iglesia, y no es poco, en la canonización de los santos es decir que tal hombre o tal mujer ha practicado y vivido realmente unas virtudes heroicas.

Ya dije bastante, pues si ha practicado y vivido unas virtudes heroicas, quiere decir que realmente estaba conformado con Cristo. Porque el obrar sigue al ser. Primero es el ser y luego es el obrar. Se aquí dura ese, el obrar se sigue al ser. Cada cosa obra conforme a su propia naturaleza. Y por las obras los conoceréis, y por sus frutos los conoceréis. Pero es este parecido con Cristo. Y este es el ideal bellísimo que vosotros podáis fijaros para vuestra vida. ¿Y qué ideal mejor? Vivo yo, pero ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo el que vive en mí. Y si se dice que el sacerdote es alter Christus, otro Cristo, y que el sacerdote es un Cristo viviente, y que el sacerdote no tiene otra misión sino la de ser un continuador de la misión de Jesucristo, como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros. Igual. Y que el sacerdote no debe hacer ni decir, sino lo que Cristo hacía y decía. ¿Qué haría Cristo en este momento? ¿Qué diría Cristo en este momento? Pues eso es lo que debería yo de hacer y decir. Lo que debería. Pues fijaos qué ideal más bonito y más hermoso para vuestra vida.

En realidad, el único ideal que puede... que puede seducir y que puede ilusionar: el de llegar a parecerse a Cristo, parecerse de tal manera a Cristo, como una gota de agua a otra gota de agua. Ya no soy yo, yo no soy el arroz, pero he vivido tantos años junto a la rosa que por eso conservo su perfume. Este es el ideal de vuestra vida, a eso vais y a eso estáis llamados. Cualquier cristiano está llamado a eso. Un sacerdote de un modo especial y peculiar, peculiarísimo.

No hace falta tener vocación sacerdotal para sentirse llamado a ser semejante a Cristo, por el hecho del bautismo ya está esa llamada, pero la llamada al sacerdocio aún incrementa y multiplica y hace aún más sensible esa llamada. A eso vamos y esa es nuestra vocación y ese es nuestro destino. Por eso os decía antes que no es el de ser buenecitos, ni siquiera el de ser muy buenecitos y un poco más todavía tampoco, aunque sea un poco más todavía.

Y él debe vivir una caridad muy grande, pues tampoco entonces, ¿cuál es el objetivo de mi vocación? Hacerse semejante a Cristo. Usted claro, por supuesto cuando usted sea semejante a Cristo, claro, está plasmada una caridad en grado heroico, en grado más que sobrehumano, etcétera, etcétera, pero eso no será más que la consecuencia. El objetivo es parecerse a Cristo, ser otro. De tal manera, cuando usted se presente en cualquier parte, la gente presienta, o quitémosle el pre, sienta la presencia de Jesucristo.

Y vosotros diréis, "¿Y eso usted nos lo dice o nos lo cuenta?" Y yo diré, hombre, yo os digo lo que debo decir. Hasta los mismos fariseos, en su doctrina, eran alabados por el Señor. El Señor decía, no hace falta que hagáis lo que ellos hacen, pero sí que debéis hacer lo que dicen. No decía eso el Señor, no decía eso el Señor, haced lo que dicen. O sea, su doctrina era correcta.

Sí, que da mucha pena porque uno dice, sí, todo esto así es y así debería de ser. Los viejos comprobamos que no es, como los cangrejos, cangrejos viejos, que seguían caminando hacia atrás. Pero eso no quita para que los jóvenes vayan a perder de vista ese ideal y vayan a pensar, que sería un error y una barbaridad, que tal ideal no es posible. Claro, lo que es posible y estaría al alcance de vuestras manos a través de la gracia, por supuesto, contando con la gracia. Si no, no nos sería propuesto ese ideal. ¿Cómo nos va a proponer Dios cosas imposibles?

Lo que pasa es que es un ideal elevado, es un ideal sublime, es un ideal difícil, es un ideal caro. Pero hombre, tampoco vamos a ser llamados a ideales barateros y facilones. Es un ideal caro, por elevado, por sublime, por... Pero en realidad a eso hemos sido llamados. Por eso San Francisco de Asís no necesitaba predicar con muchas palabras. Predicaba en silencio. Llegaba y la gente lo veía. Y luego decía Fray León, "Pero padre, pero hijo mío, si ya hemos predicado. Hemos pasado por ahí, por calles y plazas. La gente nos ha visto. Ya hemos predicado. ¿Ves? Con su presencia."

Y los carismas, los pretendidos carismas de los santos, por ejemplo, cuando se habla de que el santo fulano tenía el carisma de apaciguar a los pueblos, o a las naciones, o a los individuos, eran hombres pacíficos, científicos. Se habla de santos que tienen ese carisma y ese don, u otros dones u otros carismas. Pues estos carismas o estos pretendidos dones no es más que la exuberancia de una extraordinaria caridad, la cual a su vez no es más que la manifestación de la conformación con Cristo.

Entonces estos señores se presentaban y prácticamente no tenían nada, no tenían ni que hablar, su presencia estaba, su presencia imponía. Y si querían hablar, que hablaran. Y casi daba lo mismo a los que hablaran, o que hablaran mal o que lo hicieran bien, como el cura de Ars, que casi no sabía hablar, y balbucía y se arrancaba y tartamudeaba, y a veces incluso se callaba porque ya no sabía seguir, no sabía lo que decir, o se olvidaba el sermón. Se había aprendido de memoria y se olvidaba. Pero a la gente eso le tenía sin cuidado, no le importaba, porque no hacía falta que hablara. En cambio, nosotros hablábamos e intentábamos suplir con palabras, pero claro, las palabras no suplen una vida. Pero eso no es obstáculo para que sigamos soñando y pensando y trabajando por ese ideal al cual estamos llamados.

Toda la historia de la salvación, así como la existencia particular de cada elegido, viene regida por esta finalidad de la prótesis divina: formar un ser cristiano, una morfología bien caracterizada, la misma del Hijo amado en el que habita corporalmente la plenitud de la divinidad. Esta conformidad consiste en realizar la filiación respecto al Padre y esto sólo puede hacerse participando de la forma del hermano mayor. Y aquí es la palabra "forma" la que subraya, la pone subrayada entre comillas porque quiere hacer ver que habla de la forma en sentido filosófico, no en sentido de pura semejanza externa o moral.

Así como antes se trataba de ser y de vivir a imagen de Dios, en el Antiguo Testamento, la recreación actual del mundo, es decir, la nueva creación, de la que habla San Pablo, lleva a la formación del hombre nuevo en nosotros, Cristo, creado según Dios en la justicia y en la santidad verdaderas (Efesios 4:24). Para renovaros en el espíritu de vuestra mente y revestiros del hombre nuevo, que ha sido creado según Dios en la justicia y la santidad. Esto de revestirse del hombre nuevo y revestirse de Cristo, esto es un tema en San Pablo, como sabéis, que es muy frecuente. Es esta transformación en Cristo. En el bautismo el creyente renace, se reviste del hombre nuevo (Colosenses 3:10, Gálatas 3:27). En efecto, cuantos habéis sido bautizados en Cristo, estáis revestidos de Cristo. ¿Veis? Estáis revestidos de Cristo. Me parece que, no me acuerdo bien, pero me parece que la Vulgata dice el verbo "induistis", o sea, "induere", "induo", el verbo "induere", no me acuerdo si ese es el término que emplea la Vulgata, pero yo creo que ese es, "induere". El verbo "induere".

Induere en latino significa ponerse unos vestidos, ponerse unas vestiduras. Es como cuando el sacerdote, por ejemplo, se reviste con la vestidura sagrada o simplemente cuando nosotros por las mañanas nos quitamos el pijama y nos ponemos nuestras vestimentas. Con estas vestimentas o con estas vestiduras es como aparecemos ante los demás. Así es como los demás nos ven.

Este revestirnos de Cristo, o ponernos, es dar manera que Cristo nos tiene que envolver, que cuando los demás nos miren, vean eso. Esa es la imagen que habríamos de ofrecerles y presentarles a los demás. Seguimos siendo nosotros, por supuesto, nuestra propia personalidad, cómo no, pero cuando los demás nos miraran, así como cuando nos miramos, lo primero que vemos es la vestimenta. Pues esto tienen que ver, estamos revestidos de Cristo, tenían que ver a Cristo en nosotros.

El verbo induere es eso, ponerse unos ornamentos, ponerse unas vestiduras, ponerse algo encima de manera tal que ese algo que nos hemos puesto es lo único que se ve. ¿Qué texto hemos leído, Gálatas? Vamos a ver, Romanos 13, 14: "Revestíos por el contrario del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus inclinaciones". Revestíos, fíjate.

La Biblia tiene que echar mano de nuestro lenguaje. Claro, la palabra induere o revestirse es una palabra muy pobre. Porque claro, es como el ejemplo que yo acabo de poner de las vestiduras, de las vestimentas. El ejemplo es muy pobre porque da la impresión de que entonces es un revestimiento de Cristo puramente superficial, lo que se manifestaría al exterior, pero no es eso, no es un puro revestimiento superficial de Cristo, es algo que se aproxima mucho más a una verdadera transformación en Él: sus pensamientos, sus afectos, sus sentimientos, sus acciones, su vida, hacerla nuestra.

"El que coma mi carne y beba mi sangre, vivirá en mí y yo en él". Vivirá en mí y yo en él. Es una auténtica transfusión de vidas, manteniendo cada uno su propia identidad. Es una auténtica transfusión de vidas. Por eso digo que estos ejemplos se quedan muy pobres. Pero ¿qué va a decir San Pablo? ¿O qué va a hacer la Biblia? La Biblia tiene que echar mano, si quiere que la entendamos, de nuestro lenguaje. Y nuestro lenguaje no tiene otros vocablos. Revestidos de Cristo, transformados en Cristo y todas estas cosas así. No puede decirlo de otra manera. Pero la realidad que se oculta tras esas expresiones es mucho más profunda.

"El que coma mi carne y beba mi sangre vivirá en mí y yo en él. Para que todos sean uno, como tú y yo, Padre, somos uno. Y así ellos estén consumados en la unidad. Para que el amor con que tú me has amado, oh Padre, esté en ellos y yo en ellos". Ya veis que esto es muy serio y muy profundo. Claro, luego pues viene lo que yo decía antes, viene la nostalgia, viene el sentimiento de la comprobación, de que la realidad de nuestras vidas está muy lejos de eso, pero cuidado

¡Cuidado! Porque sería propio de los cobardes, y solamente de los cobardes, el desanimarse. Después de hacer esa comprobación, entonces arrojamos la toalla y decimos, pues no seguimos el camino, porque no hay manera. Eso sería propio de los cobardes, solamente los cobardes abandonan. La mujer de Lot volvió la vista atrás y quedó convertida en una estatua de sal. Por eso decía el Señor: "El que pone la mano en el arado y luego vuelve la vista atrás, ese no sirve para el reino de Dios". Y es curioso que el Señor no diga: "El que pone la mano en el arado y pega un tropezón", o "el que pone la mano en el arado y se detiene", no, sino que vuelve la vista atrás. Ese es el que no sirve para el reino de Dios.

Pues claro que pegaremos algún tropezón que otro y nos detendremos, y nos sentiremos cansados y de vez en cuando pues sentimos que el arado ha tropezado con una piedra viva y dura y la labranza resulta muy difícil, y hasta se nos escapará algún taco que otro y algún reniego que otro. El Señor no ve mal esos tacos ni esos reniegos tampoco. Es explicable. El Señor decía en cierta ocasión: "Hubo una vez un padre que le dijo a un hijo: 'Vete a trabajar en la viña', y el hijo comenzó a renegar, pero al final el caso es que ese fue a trabajar a la viña". Y dice el Señor: "Lo hizo bien porque el caso es que ese fue a trabajar a la viña". Pasemos por alto lo de los tacos y lo del renegado, el caso es que ese fue a trabajar a la viña.

Es posible que nosotros al meter el arado alguna vez topecemos con una piedra viva y se melle el arado y todas esas cosas, y soltemos un taco y nos sintamos cansados, pero el caso es que seguimos con la brega. Lo que no perdona el Señor es que se diga que no se puede hacer nada. Es la actitud de los que vuelven la vista atrás, de los que arrojan la toalla, o los que dicen: "No, este ideal es inalcanzable, es demasiado difícil, está muy lejano". Esto no, no, eso es lo que el Señor no perdona. Pero Él ha previsto nuestros tacos, nuestros reniegos, nuestros cansancios, todo eso está previsto, ya lo veis, está en el Evangelio.

Este hijo que renegó, que al final se fue a trabajar a la viña, este lo hizo muy bien, comparado con el otro. El otro no ha hecho ningún taco. El otro dijo muy buenas palabritas incluso: "Sí, padre, claro, padre, ahora mismo padre, enseguida padre". Como cuando yo hablo con la señora: "Sí, señora, enseguida señora, lo que usted quiera, señora. Lo que usted desee. No faltaba más, señora". Pero al final el caso es que no se fue a la viña. Y dice el Señor: "Ese hizo mal". Pues sí. De manera que esta es la meta. Y no se puede uno desanimar. Soy yo viejo y no me desanimo, con que vosotros jóvenes estaría bueno que os desanimarais. Y además una meta, cuanto más alta mejor. Claro, no puede haber otra más alta: Jesucristo.

Incluso el mismo Jesucristo, tal vez por un sentimiento de humildad, como el Señor tenía todas las virtudes, pues parece ser que hasta esa meta le pareció poca y en cierta ocasión dijo: "Ser perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto." Tócate las narices. Ahí va eso. Toca. Anda. Parece que la meta del Señor todavía no es bastante. Más alto todavía. ¡Hala!

Claro, si no, ¿qué iba a decir? Ser perfecto es como vuestro Padre Celestial es perfecto. Imagínate. Claro que el Padre Celestial es tan perfecto como él. Porque Felipe, "el que me ve a mí, ve al Padre. Mi Padre y yo somos una misma cosa." En fin. Así que esa es la meta. Ese es el objetivo, hijitos. Ese es el objetivo. Y a eso se va. Y esa es la vida cristiana.

El objetivo del cristiano no es el de practicar la justicia social. Por supuesto que uno que esté conformado a Cristo practicará la justicia social, y la legal, y la conmutativa, y no se cuentan más. Todas las justicias que usted quiera, las practicará todas. Pero el objetivo cristiano es el de llegar a identificarse con Cristo. Porque vivo yo, pero ya no soy yo, sino que es Cristo el que vive en mí.

Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Gracias.

Padre Alfonso Gálvez