El Padre lee y comenta sus folias en las páginas correspondientes a la edición de 1987, 11-14. Le piden una señal del cielo para atestiguar su misión. Pero eran los mismos hombres los que tenían que decidir si el signo era extraordinario o no. Es decir, a medida humana. El mundo se arroga el derecho a decidir cuáles son los criterios de la garantía divina. Es parecido a si un gusano me pidiera a mi demostración de que soy un sacerdote, según los criterios de un gusano. La norma ha de ser puesta por el mundo. Ya no es Dios quien juzga al mundo sino el mundo quien juzga a Dios. Menciona a Raúl. ¿Y por qué Dios no se somete a este juego? Porque eso sería rebajarse. Y segundo porque las cosas que el hombre considera portentosas, no son portentosas para Dios. Menciona una película sobre milagros, pero no dice el nombre. El hombre le concede valor a cosas que no la tienen. Menciona a Juan Andrés. Menciona a Tino. El hombre concede valor al dinero. ¿Quiénes son los dueños del dinero? Los más sinvergüenzas. La gracia de Dios por ejemplo, es lo más valioso. Los milagros tienen una capacidad de convicción demasiado limitada.