El Evangelio de hoy está tomado de un fragmento del capítulo 12 de San Juan. Había algunos griegos entre los que habían subido a adorar en la fiesta. Estos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron diciendo: "Señor, queremos ver a Jesús." Felipe fue y se lo dijo a Andrés. Andrés y Felipe vinieron y se lo dijeron a Jesús.

Jesús les contestó diciendo: "Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre será glorificado. En verdad, en verdad os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo. Pero si muere, llevará mucho fruto. Quien se ama a sí mismo se pierde, y el que se odia a sí mismo en este mundo se guarda para la vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre le honrará."

"Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré? Padre, líbrame de esta hora. Mas para esto he venido yo, a esta hora. Padre, glorifica tu nombre." Llegó entonces una voz del cielo: "Le glorifiqué y de nuevo le glorificaré." La muchedumbre que allí estaba oyó y decía que había tronado; otros decían: "Es que le habló un ángel." Jesús dijo: "No por mí se ha dejado oír esa voz, sino por vosotros. Ahora es el juicio de este mundo. Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera, y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí." Esto lo decía indicando de qué muerte había de morir.

Como veis, el Evangelio, un poquito largo, un fragmento del capítulo 12 de San Juan, como os he dicho antes, tiene mucho contenido, que vosotros luego a lo largo del día en alguna escapada podéis rumiar en vuestra oración. Que no puede sustituir lo que yo os diga a vosotros. Comienza el evangelio contándonos cómo algunos paganos, más o menos próximos a los judíos, puesto que dice el evangelio que estos griegos iban también a la fiesta a adorar, manifestaron su deseo de ver a Jesús.

Y lo manifestaron diciéndoselo a Felipe, el cual a su vez se lo comunicó a Andrés, y ambos juntos lo dijeron al Señor mismo. Se acercaron los griegos a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron diciendo: "Señor, queremos ver a Jesús." Felipe fue y se lo dijo a Andrés. Andrés y Felipe vinieron y se lo dijeron a Jesús. Parece como que hay aquí un pequeño esquema de lo que es la dinámica del apostolado. Aquellos paganos, de alguna manera, sintieron el deseo de ver y de conocer al Señor. Nada más natural que decírselo a sus propios discípulos. Esta gente que está más o menos lejos del Señor y que desea conocerlo, aquí dice verlo, pues lo normal es que acudan a aquellos que son sus discípulos más allegados. Por lo tanto, ahora en nuestro mundo tendrán que acudir a nosotros. Al menos en teoría, nosotros tendríamos que ser los discípulos más allegados del Señor. Mucha gente apenas si tendrá otro camino para conocer al Señor, como no sea el de acudir a nosotros, a través nuestro. Dios ha querido hacer las cosas así, ha querido servirse de los hombres como ministros e intermediarios suyos

Y desde ese momento, imposible llegarse a un conocimiento del Señor que no sea a través de otros hombres. Se supone que esos hombres son los que están o deben estar más allegados al Señor. De ahí la responsabilidad de esos hombres, porque si esos hombres no son capaces de cumplir con su misión, entonces, en efecto, esa gente se quedará sin conocer, sin ver a Jesús. Ya decimos que desde luego Dios podía haber hecho las cosas de otra manera, pero en realidad las ha hecho de esta. Y por lo tanto este es el camino.

La gente acudirá a nosotros. Se encontrará decepcionada o se encontrará satisfecha en sus pretensiones. Pero desde luego tendrá que acudir y pasar por nosotros desde el momento en que el Señor así lo ha querido. Tendremos que cogerlos de la mano y llevarles para que vean a Jesús, como hicieron Felipe de Betsaida y Andrés. Este cogerles de la mano se concretará en lo que nosotros les digamos y en lo que vean en nuestra propia vida como discípulos, puesto que nos tienen por discípulos del Señor. Por lo tanto, aquí habrá que ver y cuidar cómo hablamos del Señor y cómo es nuestra vida. Lo primero será consecuencia de lo segundo.

Hay aquí una cosa curiosa. Felipe se lo dijo a Andrés y ambos fueron y se lo dijeron a Jesús. Los discípulos, como cogidos de la mano, unidos, van y le cuentan al Señor el deseo que la gente tiene de conocerle. Algo así como si a su vez nos estuvieran indicando el camino a nosotros. Es importante que nosotros acudamos al Señor, unidos, somos hermanos, vivimos la caridad fraterna, nos amamos, y en esa unión de amor, de caridad fraterna, acudimos al Señor para contarle que la gente lo quiere ver.

Aquí tenemos el camino de la oración. Lo primero es acudir al Señor y contárselo, y decírselo. Es lo más urgente, lo más expedito. Viviendo el amor y la caridad fraterna, acudimos juntos en la oración para decirle al Señor que es urgente que la gente lo conozca. La gente lo quiere conocer y lo quiere ver. Nosotros conocemos el poder de la oración. Y conocemos además, porque nos lo ha dicho el Señor, el poder de la oración en común. "Cuando dos o tres estén reunidos en mi nombre..." Todo lo que le pidáis al Padre en mi nombre, cuando dos o tres se reúnan para pedir algo en mi nombre, se les concederá. Si la oración individual tiene un poder omnipotente, la oración colectiva, en unión, de los hermanos que se aman, tiene un poder mayor, como vemos en este caso que hicieron los discípulos.

En este sentido, eso es lo que será, si Dios quiere, nuestra ya próxima Semana Santa en el Pedregal. Una oración y una vivencia en común de un grupo de hermanos que se aman y porque se aman, oran juntos al Señor. Y el motivo principal de su oración será el pedir por esa multitud de jóvenes, sobre todo, que no le conocen y que tal vez, seguro, le querrían conocer, le querrían ver. Fueron Andrés y Felipe y se lo dijeron a Jesús. Es expresivo también aquí.

En este mensaje, como veis, tan rico de contenido, tan denso, todo lo que hay hoy lo es, es expresivo. Digo que estos griegos o paganos no hablan, cuando se dirigen a los apóstoles, de conocer a Jesús, sino de verlo. "Señor," le dicen a Felipe con todo respeto, "queremos ver a Jesús." Parece que eso de ver dice mucho más que lo de conocer.

Como decían aquella vez los samaritanos, "Ya no lo hemos conocido porque tú..." - no se haya salvado de él, le decían a la mujer samaritana - "sino porque nosotros mismos le hemos visto y le hemos tratado." Este conocimiento directo, visual, en el trato íntimo de rostro a rostro, parece ser que es el que deseaba esta gente, justo el mismo conocimiento del Señor que deseamos también nosotros. Todo conocimiento que del Señor nos llegue por vía indirecta, a través de intermediarios, por bien que lo hagan los intermediarios, siempre será un conocimiento imperfecto, un conocimiento que nunca nos terminará de llenar ni de satisfacer, que nos podrá poner en camino pero que nunca nos llevará a enamorarnos rendidamente del Señor, a que nuestro corazón se sienta totalmente lleno y satisfecho.

Para ello es preciso el conocimiento visual, el trato directo, el tú a tú. Y aquí vendría, hijos míos, la necesidad de la oración, del trato directo con el Señor. Por eso yo os insisto tantas veces en que las charlas que yo pueda daros son absolutamente insuficientes. Aquí vendría pues la necesidad de la oración, del trato directo con el Señor, aquí vendría el dejarse conducir por el Espíritu Santo, que es el único que sabe hablar de Jesús y el único que puede conducirnos hasta él, el Espíritu del Señor.

Nosotros, todos nosotros, los humanos, los intermediarios, los ministros, vosotros y yo, y cualquiera, pues como os digo, lo haremos mejor y peor, pero desde luego siempre lo haremos de una manera absolutamente insuficiente. Ya podemos hablar maravillas que lo único que conseguiremos... Pues será una paliza más discreta, que en vez de ser indiscreta, pues sea discreta, que el rollo sea más o menos redondito, en vez de ser puntiagudo o deformado o oblongo, pero paliza y rollo. Sólo Dios sabe hablar bien de Dios.

Entonces, sometidos como estamos en un ambiente que por todas partes nos bombardea y que trata de apartarnos del ideal maravilloso de nuestra vocación, pues como no tengamos ese trato directo, íntimo, visual, que dice aquí, de tú a tú, con Jesús, no vamos a tener las fuerzas necesarias para seguirle. El bombardeo, como os digo, es real, es fuerte, es una realidad, está ahí. Entonces, como nuestro conocimiento y trato del Señor sea vaporoso, sea un tanto irreal, sea lejano, pues ante un bombardeo tan cercano, tan real y tan concreto y tan poderoso, como es el que nos viene en sentido contrario, pues no va a poder...

Resistir nuestra vocación. Así que queremos ver a Jesús, nosotros también lo queremos ver. No solamente lo queremos ver sino que lo necesitamos ver porque si no, desde luego, no vamos adelante cuando el Señor oyó esa petición que le dirigían sus apóstoles. Aquí también quizá sería interesante insistir un poquillo en la necesidad del apostolado.

Y concretamente en la necesidad de una mayor insistencia en la oración con respecto al apostolado. Quizás nos conformamos demasiado fácilmente con que el ambiente es difícil y las posibilidades de hacer apostolado son prácticamente nulas. Damos eso por hecho y nos conformamos y nos quedamos tan tranquilos, olvidando que el poder de la oración es omnipotente, que la confianza en Dios que hemos de tener debe ser prácticamente ilimitada y que el poder de Dios siempre es mayor que el poder del mal.

Entonces, quizá una mayor insistencia en la oración con respecto al apostolado, pues, daría más frutos. No creo que quizás, estoy seguro. El apostolado, pidiendo por él de una manera colectiva, que si los jóvenes, que si la juventud, que si los chicos de mi curso, y luego de una manera individual. También al Señor le gusta esa petición, le gusta mucho. Señor, por fulanito y por menganito y por zutanito, y por ese amigo mío con el que yo trato todos los días, y por ese chico de mi curso que es un bala perdida, pero que en definitiva no es malo del todo, y que sería maravilloso que te conociera y que te amara.

Entonces, como digo, esta insistencia en la oración por el apostolado y no cruzarnos de brazos pensando que todo está perdido, daría sus resultados. El Señor respondería, como en esta ocasión, a esa petición. De alguna manera, pues Él respondería a lo que se le decía. Entonces, como en este caso, el Señor comenzó a decirle a sus apóstoles unas palabras que aparentemente nada tenían que ver con la petición que ellos le dirigían. "Señor, aquí hay unos griegos que quieren verte". Y Jesús les contesta diciendo: "Es llegada la hora en que el Hijo del Hombre será glorificado. En verdad os digo que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo, pero si muere llevará mucho fruto".

Extraña respuesta. Comienza el Señor hablando de su propia glorificación. Y luego añade unas palabras que tantas veces hemos meditado y que por eso mismo su sentido verdadero creo que nos es bien conocido. Esas palabras que les están indicando a los apóstoles cuál es el verdadero camino para que esos paganos le vean a él, a Jesús, le conozcan y le amen. Conocimiento, visión y consiguiente amor en lo cual ha de consistir precisamente la glorificación de Jesús.

Jesús será glorificado cuando sea conocido y amado, pero sólo será conocido y amado cuando los apóstoles hagan lo que tienen que hacer, empleen los ingredientes necesarios para que esa receta que se llama apostolado resulte. "He llegado a la hora en que el Hijo del Hombre será glorificado. En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto." Y esto de "llevará mucho fruto" es una alusión clarísima a la eficacia del apostolado.

Luego es falso eso de que no hay nada que hacer, de que el ambiente es hostil, de que la gente está demasiado maleada, etc. Habrá muchos frutos siempre que el apóstol tenga las agallas suficientes, llevado de la gracia, para caer en la tierra y morir. Y morir a sí mismo, y entonces, y solo entonces, es cuando dará ese fruto abundante, copioso. La cuestión está, y aquí está toda la cuestión, como lo sabemos muy bien, en si somos capaces de morir a nosotros mismos o no. Cosa, hijos míos, que como sabemos todos muy bien, nunca hemos terminado de hacer.

Por si quedara alguna duda sobre el sentido de sus palabras, el Señor añade a continuación otra frase no menos fuerte y dice: "Porque el que se ama a sí mismo se perderá", o sea, el que no ha muerto a sí mismo, el que no ha renunciado a todo, el que de alguna manera sigue sus propios gustos todavía. El que se ama a sí mismo se perderá, y en cambio, el que se odia a sí mismo en este mundo se guarda para la vida eterna. El que se odia a sí mismo y morir a uno mismo, pues viene a significar exactamente la misma cosa, como sabemos.

Y por si quedara duda, el Señor añade a continuación: "Si alguno me sirve, que me siga." Esto es lo que hemos de hacer, seguirle. Y el camino que él sigue, nos lo dice a continuación, cuando dice que él, que ha llegado, ha venido para esta hora, que tiene que ser bautizado con un bautismo de sangre, y que precisamente la eficacia de su apostolado llegará al culmen cuando él atraerá a todos a él cuando sea levantado en alto, es decir, cuando sea puesto en la cruz. "Cuando fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí." Y esto lo decía, son palabras del evangelista, indicando de qué muerte había de morir. San Juan tuvo a bien añadir estas palabras para que quedara bien claro, y no llegara alguno a pensar que esto podía ser una interpretación de alguna secta desviada. El Señor dijo: "Yo atraeré todos a mí, yo haré realidad ese apostolado del que vosotros habláis, haré posible que la gente me vea, me conozca y me ame precisamente a través de mi muerte, cuando yo sea levantado en alto. Pero si alguno me sirve, que me siga."

Ha dicho antes todo está bien claro, todo, todo, todo concuerda, todo encaja. Si alguno me sirve, es decir, si alguno es mi ministro, es mi apóstol, es mi intermediario entre yo y los hombres, pues tendrá que seguirme y tendrá que estar donde yo estoy, donde yo esté y seguir ese mismo camino. En este sentido, mis hijos, creo que está claro y debemos de pedirle al Señor siempre, pues la esperanza, la ilusión y la alegría, y que renueve siempre nuestro corazón en ese sentido de que tengamos fe en la eficacia del apostolado.

Por mal que estén las cosas y precisamente cuando estén peor, es cuando los hombres tendrán más necesidad de allegarse a Dios y por lo tanto lo tenemos más fácil. Es cuestión de que llevados del amor al Señor y ayudados por la gracia, pues seamos capaces de morir a nosotros mismos. Si alguno me escribe que me siga y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Bueno, esto es consolador.

Por una parte, el Señor nos dice que el camino que Él siguió, su propia muerte en la cruz, tendrá que ser el mismo que nosotros seguiremos. Pero, por otra parte, digo, esto es muy consolador en el sentido de que nos habla de proximidad, de compañía, de que estaremos con él. Donde yo esté, allí estará también mi servidor. Uno puede pasarlas de caín, puede pasarlas canutas, siempre que esté junto a la persona que más ama en el mundo. En el mundo y fuera del mundo. El amor puede hacer ligeras todas las cosas y fáciles las que son difíciles.

Si vamos a pasar por ese camino, pero en definitiva vamos a estar junto a él, entonces bien vale la pena. Donde yo esté, si eso es así, donde yo esté... allí estará también mi servidor. Si mi servidor me sigue, donde yo esté allí estará él también, entonces podemos ir adelante. Si el estar junto al amigo o el estar junto al mejor amigo o el estar junto a la persona amada es tan bonito, es realmente lo único bonito, lo único maravilloso, entonces si verdaderamente vamos a estar con él y junto a él, entonces no pasa nada. Ese camino de cruz, en definitiva, va a ser bonito. Y a la vez, por ese camino, vamos a llevar con nosotros a tanta gente que también se van a sentir felices, porque conociendo, viendo y amando a Jesús, también van a desear, como objeto supremo de su existencia, el estar con Él, el estar junto a él.

Ahora es el juicio de este mundo, termina el Señor. Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí. Esto lo decía indicando de qué muerte había de morir. El verbo atraer es un verbo muy sugestivo. Dice mucho más que el verbo convertir, o que el verbo convencer, o que el verbo hacer ver o hacer creer. Aquí habla de atraer. Ya sabemos lo que significa la palabra atracción, atraer. La palabra atraer, la palabra atracción, siempre está conectada con lo que podríamos llamar cordialidad, corazón, seducción, embobamiento, enamoramiento, caída de baba.

El Señor dice que Él será capaz de provocar esa caída de baba, ese enamoramiento, ese embobamiento, esa seducción, ese arrastramiento del corazón, precisamente a través de su propia muerte. Antes lo dijo para sus discípulos cuando dijo, "Pues ya sabes lo que tenéis que hacer, porque si el grano de trigo no cae en la tierra y muere..." etc., ahora lo dice para sí mismo. Y entre una cosa y otra ha indicado el camino: "Si alguno me sirve, que me siga."

Entonces, nuestras armas, hijos míos, no son las armas, digamos, las armas tremendas de la violencia, o las armas de la retórica, o las armas de la filosofía, o las armas, no sé. Creo que no tenemos más que un arma: el atraer, el embobar y el seducir a la gente a través del corazón. Y ello, pues cuando yo fuere levantado en alto, si yo fuere levantado en alto, es cuando entonces los atraeré todos a mí.

Nos queda ese camino de morir y de la cruz. Solamente así ganaremos el corazón de la gente. Solamente cuando terminemos de entregar nuestra propia vida - ahora lo vamos haciendo un poquito cada día, algún día, el último de nuestra existencia terrena, lo haremos ya de una manera definitiva y total. Cuando lo hagamos así, cuando la demos por entero, nuestra propia vida, y sólo entonces es cuando habremos conseguido encadenar, arrastrar, seducir, embobar, atraer - en una palabra que es la que emplea el Señor - el corazón de los demás, para llevarlos a la fuente de toda alegría, de todo amor, de toda luz, de toda fidelidad y de toda felicidad, que es Dios.

Padre Alfonso Gálvez