En su sermón, el Padre explica que la obediencia a las palabras de Jesús depende directamente del amor hacia Él. Si amamos a Jesús, seguiremos su Evangelio y viviremos sus enseñanzas. En cambio, si no lo hacemos, es señal de que no lo amamos. Jesús nos promete la presencia del Espíritu Santo, el Paráclito, quien nos enseñará y recordará sus palabras, otorgándonos paz verdadera, distinta a la del mundo. A lo largo de la historia, los primeros cristianos, como los apóstoles y discípulos, ejemplificaron esta paz y alegría en tiempos difíciles, sin dejarse influenciar por los problemas del mundo, centrados en anunciar el mensaje de Jesús. Su fe y amor les permitieron vivir con alegría y firmeza, incluso enfrentando persecución y muerte. El Padre insta a no dejarnos llevar por la politización o preocupaciones temporales de la sociedad actual, sino a vivir intensamente del Espíritu de Jesús, confiados en la voluntad de Dios, que todo lo que ocurre es para nuestro bien. La misión de proclamar el Evangelio debe ser con alegría, ya que solo así será aceptado. Además, el Espíritu Santo nos guiará y reforzará en nosotros la caridad, el gozo y la alegría.